miércoles, 23 de diciembre de 2009

II GRADUACION DIPLOMADO PASTORAL SALUD

PASTORAL DE LA SALUD EN LA ARQUIDIOCESIS SANTO DOMINGO

La Pastoral de la Salud: es la presencia y acción de la Iglesia dirigida a la evangelización del mundo a través de la presencia liberadora, curativa y salvadora de Cristo, en la fuerza del Espíritu Santo, y de atención especial y humanizada a las personas que sufren de alguna enfermedad. Una de sus acciones fundamentales es la promoción y prevención de la salud, a través de una red de ochenta y seis (86) Dispensarios Médicos en las catorce zonas pastorales de la Arquidiócesis de Santo Domingo. También, la formación permanente de sus agentes de pastoral y del personal que trabaja en el sector Salud, y la Estrategia AIEPI (Atención Integrada de las Enfermedades Prevalentes de la Infancia, de 0-5 años), entre otros. Además, se ofrecen consultas de psicología y psiquiatría, con cita previa en la Pastoral de la Salud.
La Escuela de Formación. Fue iniciada hace cuatro años, dirigida por Sor Trinidad Ayala, con el objetivo de capacitar y evangelizar a los agentes de pastoral que trabajan con los enfermos, acerca del valor inestimable y sagrado de la vida. Esta inconmensurable labor ha sido continuada por Sor Apolina Pérez, la actual coordinadora de la Pastoral de la Salud. La Escuela de Formación es dirigida por el Dr. César Iván Feris y cuenta con la asesoría del R.P. Dr. José Salvador Mejía. Desde el año 2005, ha estado desarrollando el “Diplomado en Pastoral de la Salud”, dirigido a agentes de pastoral, estudiantes, profesionales y trabajadores de la salud y a personas interesadas. La docencia se imparte el primer sábado de cada mes.

El programa de estudios cuenta con tres áreas fundamentales: Teología, Pastoral y Psicología, enfocadas a reflexionar sobre nuestra relación con Dios, conocer la realidad de la persona humana y efectuar eficientemente nuestra labor como agentes de salud. Los temas específicos son, Valores Humanos, Vocación Cristiana, Psicología, Cristología, Antropología, Sacramentos y Pastoral de la Salud, entre otros.


En el mes de Noviembre 2009 la Pastoral de la Salud de la Arquidiócesis de Santo Domingo, ha celebrado una Eucaristía, en la Parroquia Santísima Trinidad, oficiada por Su Eminencia Reverendísima Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo y Presidente de la Pastoral Arquidiocesana de la Salud, y concelebrada por el Revdo. Padre José Esquivel, Sj., párroco de la citada Iglesia.

El motivo de esta celebración es la II Graduación de más de ochenta egresados del Diplomado en Pastoral de la Salud, quienes han logrado especializar su formación con una visión integral de la salud aunada a los valores. El año pasado se efectuó la primera graduación de cerca de cien profesionales y agentes de pastoral. Luego de finalizar los tres ciclos, asumen el compromiso de hacer una pasantía para poner en práctica los conocimientos, habilidades, y experiencias adquiridas durante el proceso de formación.
Antes de la Eucaristía, fueron dictadas dos charlas, una a las 8:00 a.m., “El Rol de la Familia y el Sufrimiento”, y la otra, sobre “La Vocación Triunfadora”, por el R.P. José Salvador Mejía, Vicerrector del Seminario Santo Tomás de Aquino y Asesor de la Pastoral de la Salud. Luego, unas emotivas palabras de felicitación a los graduandos, de parte de Sor Trinidad Ayala Adames, anterior coordinadora de Pastoral de la Salud, exhortándolos a seguir preparándose para promover un estilo de vida más saludable, con una asistencia humana y humanizadora a los pacientes, a través de valores y actitudes profundamente radicados en la ética cristiana.
En el acto, participaron más de trescientos profesionales de la Escuela de Formación de Pastoral de la Salud, autoridades universitarias e invitados especiales.


E-Mail: infopastoralsalud@gmail.

viernes, 3 de julio de 2009

DIPLOMADO EN PASTORAL DE LA SALUD

DIPLOMADO EN PASTORAL DE LA SALUD


La Escuela de Formación de la Pastoral de la Salud informa que ya están abiertas las Inscripciones para el DIPLOMADO EN PASTORAL DE LA SALUD, dirigido a agentes de pastoral, estudiantes, profesionales y trabajadores de la salud y a personas interesadas. La docencia se imparte el primer sábado de cada mes, y las clases iniciarán el 1ro. de agosto, para el nuevo año escolar 2009-2010.

Requisitos: 2 Fotos, Copia de acta de Nacimiento y de la Cédula y Copia de Títulos Escolares y/o Universitarios.
Aporte: RD$500.00 por cada Ciclo.
Más información en los Tels: (809) 681-2005 y (809) 684-6565.

La Escuela de Formación

Hace cuatro años, la Pastoral de la Salud, dirigida por Sor Trinidad Ayala, empieza esta hermosa iniciativa, que surge con el objetivo de capacitar y evangelizar a los agentes de pastoral que trabajan con los enfermos, acerca del valor inestimable y sagrado de la vida. La vio desarrollarse durante los tres primeros ciclos, ya que fue trasladada a otro país y, esta inconmensurable labor ha sido continuada por Sor Apolina Pérez, la actual coordinadora de la Pastoral de la Salud. La Escuela de Formación es dirigida por el Dr. César Iván Feris y cuenta con la asesoría del R.P. Dr. José Salvador Mejía y con un equipo de facilitadotes entendidos en la materia.
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Nota Prensa Past. Salud, Pág.2

Ya la Escuela ha efectuado la primera graduación de Egresados, aproximadamente cien participantes que durante tres años recibieron docencia de manera permanente y que al finalizar asumen el compromiso de hacer una pasantía para poner en práctica los conocimientos, habilidades, testimonios y experiencias adquiridas durante el proceso de formación.

El Diplomado en Pastoral de la Salud se realiza tres ciclos y el programa de estudio cuenta con tres áreas fundamentales: Teología, Pastoral y Psicología. Estas, se enfocan en reflexionar sobre nuestra relación con Dios, conocer la realidad de la persona humana y efectuar eficientemente nuestra labor como agentes de salud. Los temas específicos a desarrollar son, Valores Humanos, Vocación Cristiana, Psicología, Cristología, Antropología, Sacramentos y Pastoral de la Salud, entre otros.

La Pastoral de la Salud
La Pastoral de la Salud es la presencia y acción de la Iglesia dirigida a la evangelización del mundo a través de la presencia liberadora, curativa y salvadora de Cristo, en la fuerza del Espíritu Santo, y de atención especial y humanizada a las personas que sufren de alguna enfermedad.

Una de las acciones fundamentales de la Pastoral de la Salud es la promoción y la prevención de la salud, a través de una red de ochenta y seis (86) Dispensarios Médicos en las catorce zonas pastorales de la Arquidiócesis de Santo Domingo, y servicios de psicología y psiquiatría, con referimiento de los citados dispensarios y previa cita. Asimismo, la formación permanente de sus agentes de pastoral y del personal que trabaja en el sector Salud, a través del Diplomado en Pastoral de la Salud, talleres de formación en valores, Espiritualidad y Humanización en el cuidado del enfermo, y la Estrategia AIEPI (Atención Integrada de las Enfermedades Prevalentes de la Infancia, de 0-5 años), entre otros.
Nota Prensa Past. Salud, Pág.3

Estructura de la Pastoral de la Salud
Esta Pastoral cuenta con diversas agrupaciones de católicos profesionales de la salud, como son: la Asociación de Médicos, Psicólogos, Psiquiatras, Enfermeras, Odontólogos, Bioanalistas, Farmacéuticos, Escuela de Formación, la Red de ochenta y seis (86) Dispensarios Médicos, y la Asociación de Voluntarias de Hospitales y Servicios de Salud (ADOVOHS), que integra voluntarias del sector salud, tanto públicos como privados y de la Iglesia Católica.

Programas de Radio

Desde hace dos años, la Pastoral de la Salud cuenta con un Espacio de Salud semanal en el que ofrece informaciones, comentarios, testimonios, promoción de actividades de instituciones relacionadas y orientaciones de expertos y de agentes de pastoral vinculados a la salud, desde los valores del Evangelio. Se transmite por Radio ABC 540 AM, los lunes a las 9:30 de la mañana. Con el mismo propósito, hemos iniciado desde el mes de enero pasado, el programa Con el Buen Samaritano, que se transmite por Radio María de La Altagracia 1240 AM, los jueves a las 11:00 de la mañana. Estos espacios son producidos por el Área de comunicación y prensa, con el apoyo de las asociaciones que conforman esta Pastoral de la Salud.

Nuestro espacio en la Web: www.infopastoralsalud.blogspot.com. E-Mail: infopastoralsalud@gmail.com

viernes, 29 de mayo de 2009

PALABRAS ARNAIZ DESAYUNO

DESAYUNO PRO PASTORAL DE LA SALUD






En los evangelios se narran 25 encuentros de Cristo con enfermos y se nos brinda en ellos un conjunto de inspiradores planteamientos sobre la enfermedad, que la Pastoral de la salud debería tenerlos siempre muy en cuenta. Esos planteamientos rezan así:
La salud es un don de Dios muy quebradizo.
La enfermedad hace consciente al ser humano de su precariedad
La enfermedad no es siempre resultado de nuestros excesos y no arguye, por tanto, necesariamente pecado en nosotros ni en nuestros padres.
De la enfermedad puede surgir la gloria de Dios.
La enfermedad hace pensar en Dios y confíar en El.
Favorece frecuentemente el encuentro hondo con El.
La fe provocada por la enfermedad puede arrancarle a Dios el milagro de la superación de un mal irremediablemente letal.
El pecado, enfermedad del alma, es peor que toda enfermedad del cuerpo.
La enfermedad estremece y anonada al ser humano.
El anonadamiento y temor que estremece al enfermo contagia a todos los que le rodean.
Ante el enfermo, empequeñecido y doliente, ningún ser humano puede mostrarse indiferente, debe detenerse ante él y hacer suyo el dolor ajeno.
Debe inclinarse ante él poner en su acercamiento calor humano y hacerle confiar en la medicina y en Dios.
Si es médico, debe aliviarle el dolor y si es posible curarlo con la ayuda de la ciencia o con el poder infinito de Dios.
Y en el enfermo todo ser humano debe ver al mismo Cristo que identificado con el le solicita ayuda, atención y desvelo


Oh Dios que por boca de Jesucristo esbozaste en la parábola del buen samaritano las líneas fundamentales de una genuina Pastoral de la salud, bendice con largueza la labor de las y los que se dedican con ilusión y entrega a ella; Consuela, alivia y sana a todos sus pacientes; bendice a los que con su contribución económica sostienen esta Pastoral y hacen posibles sus actuales y futuros proyectos. Bendice la iniciativa de este desayuno y haz que año tras año se consolide y crezca. Y, dador de todo bien, recompensa, como tu sabes y acostumbras hacerlo, el desprendimiento y generosidad de los donantes a favor de una causa tan noble y tan reconfortante. Que así sea.

CONFERENCIA SR. CARDENAL

CONFERENCIA DICTADA EN EL DESAYUNO PRO-FONDO PASTORAL DE LA SALUD ARQUIDIOCESANA.
Jueves 28 de mayo de 2009, Hotel Lina.


“EL SUFRIMIENTO EN EL PENSAMIENTO
Y LA VIDA DE SAN PABLO”


1.- ¿Quién fue San Pablo?

A) Oigamos su propio testimonio: “Yo soy judío de Tarso en Cilicia, ciudadano de una ciudad ilustre” (Hechos 21, 39), “circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo hijo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia, en cuanto a la justicia que hay en la Ley, tenido por irreprensible” (Fil. 3, 5-6).

En estas líneas tenemos una apretada síntesis de lo que fue el gran Saulo de Tarso antes de su conversión. No hay que hacer mucho esfuerzo para darse cuenta que Saulo llevaba esas credenciales con mucho orgullo.

Tarso era una importante ciudad del Asia Menor, recostada al pie del monte Tauro, un lugar de antiguo tráfico internacional entre dos grandes civilizaciones: la grecorromana del occidente y la semítico-babilónica de oriente.

Tarso era también un dinámico enclave comercial, especialmente de madera preciosa, traída del mismo monte y vendida a los mercaderes de Efeso, Alejandría, Corinto, Roma y de toda la cuenca del mar mediterráneo que frecuentaban el puerto.

El mundo exterior del joven Saulo era, por tanto, el de la cultura griega, de la lengua universal griega y del municipio griego, singular instrumento colonial en el cual Alejandro Magno basó su plan para la conquista y penetración del oriente con el espíritu de Grecia.

Al soplo de este genio y por el talento organizador de sus sucesores, los Ptolomeos y Seléucidas, florecieron grandes ciudades y altas escuelas como Rodas, Tarso, Antioquía, Alejandría, Tolemaida, Tiro y otras más (Cfr. San Pablo, Heraldo de Cristo, Josef Holzner, editorial Herder, 15ª edición, págs. 22 y 23).

En todas esas ciudades abundaban los maestros y artistas del decir y predicadores de sabiduría. Nadie podía sustraerse a su influjo y Saulo no fue la excepción.

Tarso con su rica vida intelectual se había hecho aliada de Roma, dominadora del mundo entonces. “Yo poseo el derecho de ciudadanía romana por nacimiento”, declarará ante el tribuno Lisias que se disponía a juzgarlo.

En este aire libre fue creciendo el predicador de la libertad cristiana, la “libertad que Cristo nos ha dado” (Gal. 5, 1). En realidad Saulo estaba predestinado para anunciar una religión levantada sobre todas las razas y clases, por eso podrá decir: “Me he hecho todo a todos” (Cfr. 1 Cor. 9, 20ss).

Creo muy acertado lo que sostiene su biógrafo cuando dice: Con mirada retrospectiva podemos afirmar que Tarso parecía destinada a producir el hombre que debía recibir el testamento de Alejandro Magno, de unir, espiritualmente, el oriente con el occidente y además cumplir la profecía del Señor: “Vendrán muchos del oriente y del occidente para sentarse a la mesa del reino de los cielos, junto a Abraham, Isaac y Jacob (Mt. 8, 11)” (Cfr. o.c. pág. 24).
B) Formación judía.

El padre de Saulo era, en su condición de fariseo, un hombre de la más severa orientación nacional y religiosa e introdujo a su hijo en la lengua original de la Biblia, la cual conoció además en la escuela, según la traducción griega de los setenta.

Conviene recordar que los judíos tenían un excelente sistema de educación doméstica. Este era el secreto de su fuerza. A los cinco años los niños aprendían el contenido principal de la Ley en los capítulos 5 y 6 del Deuteronomio, el gran Hallel (Salmos 113-118) que se cantaba en las grandes fiestas, y el significado de los más importantes días conmemorativos del año.

A los seis años Saulo fue llevado, diríamos hoy, al jardín de la infancia, la escuela de la sinagoga que estaba junto a ésta. Aquí con los otros niños aprendió la historia de su pueblo.

Los años siguientes fueron dedicados sólo a la historia sagrada. Los cánticos de alabanza de Sión y los cantos fúnebres sobre Babilonia resonaban en sus oídos. Sus maestros le contaban también el porvenir de su pueblo: que un día vendría el rey Mesías.

A los diez años comenzó el segundo período, menos feliz, en la educación del niño Saulo. Desde esta edad el muchacho hebreo era introducido en la llamada “ley oral”. Cada día venía a conocer todo un conjunto de pecados. Debe saberse que los rabinos habían levantado alrededor de la Ley de Dios un enorme conjunto de mandamientos orales, prescripciones de purificación y distinciones muy sutiles, que hacían pasar como obligatorias en conciencia como los diez mandamientos.

Saulo, pues, respiró en casa de sus padres un ambiente enteramente religioso, aunque un tanto asfixiante por lo que acabo de señalar.



C) “A los pies de Gamaliel”.

En los Hechos de los Apóstoles (22, 3) San Pablo dice: “Me formé en la exacta observancia de la ley de nuestros antepasados a los pies de Gamaliel. Yo era un partidario celoso de la causa de Dios”.

“A los pies de Gamaliel” no es una imagen sino la realidad. Saulo frecuenta una especie de academia – la Bet ha – Midrash, la casa de estudio. Los estudiantes se sientan en el suelo en semicírculo, a los pies del maestro.

Gamaliel es un fariseo, como el padre de Saulo. En Jerusalén había dos rabinos, Shamay, doctor de la Ley conocido por su intransigencia y su carácter irascible; y Hillel, personaje totalmente diferente, que es el maestro intelectual de Gamaliel.

Este rabí, cuyo nombre significa “recompensa de Dios” –del hebreo Gamlá–, era sin duda el más célebre doctor de la Ley.

Gamaliel tiene una fe inquebrantable en Dios su Señor. Conoce el Libro sagrado muy profundamente.

Saulo, como la mayoría de los estudiantes que pertenecen a la elite farisea, persigue enriquecer su cultura profana y elevar a un nivel superior sus conocimientos religiosos.

Puede decirse que la enseñanza que imparte Gamaliel es de muy alto nivel.

En Jerusalén, en aquella época, existían no menos de 425 sinagogas, llamadas casas de asamblea. Cada una tiene una escuela elemental, la Bet Hasefer, en la que los más pequeños aprenden de memoria la Ley escrita, y su escuela primaria, en la que los mayores comienzan a iniciarse en la Ley oral. En tiempos de Jesús se contaban más de seiscientos establecimientos de enseñanza en Jerusalén y sus alrededores. Por eso se ha dicho que ninguna otra civilización ha dado hasta ahora tanta importancia a la escuela.

“Yo progresaba en el judaísmo, destacando sobre la mayoría de mi edad y de mi raza, por mi celo desbordante hacia las tradiciones de mis padres”, dice Saulo refiriéndose a ese período de su vida.

Saulo, pues, escucha, medita y empieza a hacer sus propios juicios. Por ser un estudiante particularmente brillante, pero también porque es un alma sensible y un espíritu orgulloso, puede que se quede pensativo ante la multitud de prescripciones que contiene la Torá. Muy particularmente los tres libros con los que se familiarizó en su infancia: el Levítico, el Deuteronomio y los Números. Parece que nunca se termina de observar todas las reglas contenidas en el Libro sagrado.

Sin embargo, ninguna de esas reglas minuciosas da respuesta a las preguntas más profundas que atormentan a Saulo. El se cuestiona sobre el sentido de los sacrificios que también habían practicado las religiones politeístas.

Cuando reflexiona sobre estos aspectos de la religión de sus padres que le parecen incomprensibles, Saulo no tiene más recurso que apelar al Libro de Amós. Allí relee estas palabras que el profeta pone en boca del Señor: “Sus celebraciones yo las execro. Sólo tengo para ellas desdén. No puedo soportar sus reuniones solemnes. Vuelvo los ojos ante sus víctimas grasientas. En sus libaciones y en sus holocaustos, nada hay que pueda complacerme” (Amós 5, 21). (Cfr. Saulo el perseguidor de los cristianos. Pablo de Tarso. Ciudadano del Imperio, Paul Dreyfus, Ediciones Palabra, págs. 47-56).

Debió ser para Saulo, muy inteligente e inquieto, un período particularmente difícil de su vida. Creo que el Señor iba preparando a este joven para el gran momento en que transformaría radicalmente su existencia.

Pero antes, tiene otra experiencia que lo marcará de manera definitiva, el encuentro con Esteban, llamado a ser uno de los principales adalides de la joven Iglesia.


2.- La conversión de Saulo al cristianismo.

La muerte de Esteban fue el preludio de una nueva oleada de dolor y el anuncio de la más sangrienta persecución de la joven Iglesia, pero esto no impidió su crecimiento. La experiencia enseña que la persecución injusta despierta interés y simpatía por los perseguidos.

Los biógrafos de San Pablo se preguntan, ¿cuál era la disposición de ánimo de Saulo a raíz de la muerte del protomártir Esteban? Vimos antes que, además de presenciar la horrenda lapidación y de prestar alguna colaboración guardando los mantos de los lapidadores, Saulo “aprobaba” aquel crimen injustificable.

Es cierto que su conversión no fue inmediata porque el Sanedrín, al ver que los partidarios de Esteban seguían creciendo en número decidieron darle a Saulo más poderes. Así que le facilitaron espías, soldados del Templo, todo cuanto podía necesitar para el éxito de su campaña anticristiana.

Oigamos de nuevo sus propias palabras tomadas del discurso que pronunció ante el rey Agripa para defenderse de las acusaciones de los judíos.

Obviamente éstas fueron después de su conversión. Veamos en Hechos 26, 9-12: “Yo, pues, me había creído obligado a combatir con todos los medios el nombre de Jesús, el Nazareno. Así lo hice en Jerusalén y, con poderes recibidos de los sumos sacerdotes, yo mismo encerré a muchos santos en las cárceles; y cuando se les condenaba a muerte, yo contribuía con mi voto.

Frecuentemente recorría todas las sinagogas y a fuerza de castigos les obligaba a blasfemar y, rebosando furor contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras”.

Estas palabras demuestran el odio y el apasionamiento irracional de un hombre conocedor a fondo de la Escritura pero que en su condición de fariseo sentía celo por la religión de sus antepasados.
Sin embargo, hay que decirlo, nadie y menos Saulo puede vivir por mucho tiempo en el vacío ni permanecer en un sentido de la vida puramente negativo, apegado a normas e interpretaciones de las que él mismo luego se arrepentiría.

Gracias a su formación era un hombre de amplia cultura y de profundos sentimientos, y es muy probable que la muerte de Esteban, aceptada con tanta entereza, paciencia e incluso brindando perdón a los propios enemigos, golpeara su conciencia y dejara en su corazón algunas inquietudes e interrogantes.

Además del admirable testimonio de Esteban, Saulo ve en los cristianos que mueren algo enteramente nuevo, una suavidad y serenidad, una dicha interior, la expresión de una vida más elevada, una unión con Jesús resucitado que nada ni nadie podía conmover, un trato interior con Él que les daba seguridad de que no iban a la muerte sino a la vida.

Saulo se encontraba ante una realidad totalmente nueva y puede suponerse que, a pesar de su ímpetu y fogosidad anticristianos, la gracia iba actuando en aquel corazón indómito y preparándolo para el gran encuentro con Jesús el Señor.

La conversión de Saulo es quizás la más significativa de toda la historia de la Iglesia, tanto por la transformación radical de este hombre como por las consecuencias que desencadenó.

A pesar de haberla leído muchas veces nunca pierde su atractivo e interés. Oigámosla una vez más según la refiere Lucas en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 9, 1-10: “Saulo, respirando amenazas contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco autorizándolo para llevar presos a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres y mujeres. Iba de camino, ya cerca de Damasco, cuando de repente lo deslumbró una luz que venía del cielo. Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Contestó: ¿Quién eres, Señor?

Le dijo: Yo soy Jesús a quien tú persigues. Ahora levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que tienes que hacer.

Los acompañantes se detuvieron mudos, porque oían la voz pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, al abrir los ojos, no veía. Lo tomaron de la mano y lo hicieron entrar en Damasco, donde estuvo tres días ciego, sin comer ni beber”.

Aquí tenemos al temido perseguidor de los cristianos cara a cara con Jesús. Saulo de Tarso, confundido y aturdido, ciego y vencido, es conducido de la mano a Damasco.

Mientras tanto, en la ciudad, Jesús pone en movimiento a la comunidad cristiana que esperaba atemorizada la llegada del perseguidor. Los acontecimientos se suceden aumentando su intensidad dramática: encuentro de Saulo con la comunidad en la persona de Ananías, quien le comunica la misión a la que está destinado. Saulo acepta la misión, recobra la vista, es bautizado, recupera las fuerzas y se queda unos días con los discípulos de Damasco. (Cfr. La Biblia de nuestro pueblo. Luis Alonso Schökel, nota al capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles).

Muy pronto, añade Lucas, se puso a proclamar en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios. Todos los oyentes comentaban asombrados: “¿No es éste el que perseguía en Jerusalén a los que invocan dicho nombre y ha venido acá para llevárselos presos ante los sumos sacerdotes?”.

La reacción de los judíos no se hizo esperar, frente al avance y la predicación de Pablo, los judíos deciden eliminarlo, pero “los discípulos lo descolgaron por el muro, escondido en una canasta”.

Así comienza la segunda etapa de la vida de Pablo y él tiene prisa para cumplir la misión que se le confió. “Aquel que lo puso aparte desde el seno de su madre”, o sea “la de anunciar a su Hijo entre las naciones” (Gal. 1, 15-16).

Pero antes tiene que retirarse al desierto para reflexionar a gusto y rezar tranquilamente, como lo hizo Jesús durante cuarenta días.

Todos los que tienen hambre de lo absoluto han oído esta llamada del desierto, desde Buda a Juan el Bautista. Todos la han obedecido, desde Antonio el Anacoreta de Egipto hasta Charles de Foucauld.

Los monjes coptos encontraron ahí la fuerza para resistir durante siglos a todos los asaltos del Islam; los cartujos, para conservar intacta la regla de su fundador, Bruno, sin “reformarla jamás, porque jamás fue deformada”. El desierto, país de la muerte, es fuente de vida espiritual.

Sin más demora, Pablo se marcha a Arabia. Se trata de la región de Petra, en Jordania, que a veces se llamó Arabia pétrea. Allí en los confines del imperio romano, en un lugar donde el límite es una frontera imprecisa, hay una amplia extensión de terrenos áridos.

Unos están bajo la férula del emperador Calígula, que con sólo veinticinco años de edad acaba de suceder el 16 de marzo del año 37 a Tiberio, estrangulado por manos criminales.

El resto está sometido a la autoridad del rey de los Nabateos, Aretas IV, que es suegro de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea. Este anciano rey subió al trono en el año 8 a.C. Los romanos no ocuparán su reino hasta el 106 d.C., bajo el reinado de Trajano, al mismo tiempo que Mesopotamia y Armenia. (Cfr. Pablo de Tarso. Ciudadano del Imperio, Paul Dreyfus, págs. 99-100).

En ese mundo de soledades y en gran parte inhóspito, estéril y polvoriento, se retira Pablo para reorganizar su vida, para pensar lo que le espera, pero más que nada para escrutar la voluntad del Señor Jesús que acaba de aparecérsele en la puerta de Damasco confiándole la misión de predicar el evangelio a los gentiles. Algunos han querido imaginárselo predicando el Evangelio a los pastores nabateos pero otros creen que no desaprovechó ocasión para transmitir el mensaje de Jesús a las comunidades judías de “Petra la única”, doble obra maestra de la naturaleza y de los hombres.


3.- Como puede verse, nos encontramos frente a un hombre extraordinario, de profundas convicciones y muy fiel a ellas, primero como judío y luego como cristiano.

De lo que acabamos de decir puede deducirse que su conversión al cristianismo le reportó innumerables sufrimientos.

En la primera carta a los Corintios 4,9 y ss. Dice: “Pienso que a nosotros los apóstoles Dios nos ha puesto en el último lugar, como condenados a muerte, y hemos llegado a ser un espectáculo para el mundo, para los ángeles y los hombres. Nosotros por Cristo somos locos, ustedes por Cristo prudentes; nosotros débiles, ustedes fuertes; ustedes estimados, nosotros despreciados. Hasta el momento presente pasamos hambre y sed, vamos medio desnudos, nos tratan a golpes, no tenemos domicilio fijo, nos fatigamos trabajando con nuestras manos. Somos insultados y bendecimos, somos perseguidos y resistimos, somos calumniados y consolamos a los demás”.

Son palabras de un hombre que vive situaciones muy difíciles, en medio de desprecios, intolerancias, privaciones, acusaciones y limitaciones de todo género, pero es digno de admiración que responda a los insultos con bendiciones, frente a la persecución resista y cuando es calumniado consuele a los demás.

Y en la segunda carta a los Corintios 11,24 y ss., añade: “Cinco veces fui azotado por los judíos con los treinta y nueve azotes, tres veces me azotaron con varas, una vez me apedrearon; tres veces naufragué y pasé un día y una noche en alta mar. Cuántos viajes con peligros de ríos, peligros de asaltantes, peligros de parte de mis compatriotas, peligros de parte de los extranjeros, peligros en ciudades, peligros en descampado, peligros en el mar, peligros por falsos hermanos. Con fatiga y angustia, sin dormir muchas noches, con hambre y con sed, en frecuentes ayunos, con frío y sin ropa. Y además de éstas y otras cosas, pesa sobre mí la carga cotidiana, la preocupación por todas las Iglesias”.

Se podrían citar otros textos del mismo tenor, pero éstos ilustran suficientemente la dimensión del sufrimiento en la vida de San Pablo, pero en varias de sus cartas encontramos una riqueza extraordinaria en que el apóstol nos enseña el valor del sufrimiento que él magistralmente asocia a los padecimientos de Cristo, llegando a afirmar que “completa en su cuerpo lo que faltó a la pasión de Cristo”.


4.- La realidad del sufrimiento humano.

Los sacerdotes Miguel Angel Monge y José Luis León, en su bello libro “El sentido del sufrimiento”, dicen que a todos los que tenemos que ver con la pastoral de la salud, nos interesan las publicaciones sobre el dolor, la enfermedad, la vida y la muerte, buscando lo que podría denominarse la solución definitiva al problema del sufrimiento, para concluir que la respuesta no está en los foros humanos sino en otro lugar. Hace veinte siglos Dios Padre, rico en misericordia (cf. Ef. 2, 4), la dio por medio de su Hijo, a quien envió al mundo para señalar el camino de la salvación, de la felicidad, pero -¡oh paradoja!- ese camino pasa por la cruz. Fue lo que el mismo Jesús enseñó: “Si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz y sígame” (Mt. 16, 24).

Y citan estos autores un hermoso párrafo del Mensaje de Juan Pablo II para la Jornada Mundial del Enfermo, Fátima 1997: “No cedan a la tentación de considerar el dolor como una experiencia sólo negativa, hasta el punto de dudar de la bondad de Dios. En Cristo sufriente todo enfermo encuentra el significado de sus propios padecimientos. El sufrimiento y la enfermedad pertenecen a la condición del hombre, criatura frágil y limitada, marcada desde el nacimiento por el pecado original. Sin embargo en Cristo muerto y resucitado, la humanidad descubre una nueva dimensión de su sufrimiento; en lugar de como un fracaso, éste se revela como la ocasión para dar un testimonio de fe y de amor”.

5.- El martirio de San Pablo

Al final del viaje que le trajo a Roma desde Jerusalén, Pablo fue acogido por los hermanos de Roma y vivió dos años por sus propios medios, pero sin renunciar a la gran pasión de su vida que era predicar el Evangelio.

Mas no podemos olvidar que se trata de un prisionero que, ciertamente, goza de ciertas consideraciones en su condición de ciudadano romano, pero el juicio iniciado en Cesarea debía concluir con una sentencia.

Debemos suponer que Pablo compareció ante el tribunal de Nerón. Probablemente él como otros cristianos habían sido acusados de ser cómplices o encubridores del “crimen de los cristianos romanos”, el incendio de Roma, que en realidad fue obra del mismo Nerón.

El interrogatorio fue breve, sin testigo alguno de cargo, nadie tuvo valor para ello. Pero él se mantiene firme. ¡Lejos la negación de Cristo, lejos la traición, lejos la infidelidad!

Hasta aquí ha llegado el valiente Apóstol de los gentiles. “Yo estoy cercano a derramar mi sangre como una víctima que es inmolada en holocausto; el tiempo de mi muerte se acerca”.

El segundo interrogatorio concluyó con la sentencia de muerte. Una mañana, el anciano Apóstol es llevado por un grupo de lictores a lo largo del valle que conduce a Ostia.

La decapitación fuera de la ciudad traía su origen de un uso romano, dice Tácito (Hist. 4, II). En aquel despoblado cayó la cabeza de Pablo, enmudeció para siempre aquella boca que no habló palabra alguna que no estuviese ungida por Cristo.

Manos cristianas sepultaron a Pablo a dos millas del lugar del suplicio donde se eleva hoy la grandiosa basílica que guarda sus restos.

San Clemente Romano nos dejó una magnífica síntesis de la vida de Pablo en estas líneas:

Siete veces entre cadenas, desterrado, apedreado,
Heraldo en Oriente y en Occidente,
Cosechó la magnífica gloria de su fe.
Predicó la justicia a todo el mundo,
Penetró hasta los confines de Occidente,
Y dio testimonio ante los potentados:
Así partió del mundo
Y llegó al lugar santo.
Sublime modelo de paciencia.

Sobre el altar de la Confesión en la misma basílica se recogieron sus propias palabras que realzan el ser y el misterio del Apóstol de las gentes:

“Para mí la vida es Cristo: y el morir una ganancia”
(Fil. 1, 21).

miércoles, 27 de mayo de 2009

Labor Encomiable de nuestras Enfermeras

ENFERMERIA EVOLUCIONA POSITIVAMENTE EN REPUBLICA DOMINICANA

El día 12 de mayo de cada ano se celebra a nivel nacional e internacional el “Dia Internacional de la Enfermera” en honor a la propulsora de la enfermería moderna la señorita Florence Nightingale.
En República Dominicana este día se ha conmemorado con la celebración de diferentes actividades, siendo una de la mas importante la Santa Misa en la Catedral Primada de América, donde asiste el personal de enfermería y las autoridades civiles y militares.
En relación al avance de enfermería en nuestro país ha de destacarse que en las ultimas dos décadas se ha producido una evolución muy positiva, la cual se va reflejando en el mejoramiento de la calidad de vida de los Recursos Humanos que conforman la profesión de enfermería y en la calidad y humanización de los servicios que este ofrece a la población.
Entre los cambios mas significativos de esta profesión podemos citar los siguientes:
1.- Cambio en las condiciones de vida logrados a través de proyectos de viviendas propios de las enfermeras, de las cooperativas de las asociaciones de enfermería, seguros de salud, adquisición de vehículos y otras reivindicaciones sociales.
2.- Proyección social tanto a nivel nacional como internacional
3.- Especialización de las profesionales en diferentes aéreas del conocimiento: Cuidados Intensivos y Emergencias, Administración y Gerencia Hospitalaria, Calidad de los Servicios de Salud, Enfermería Materno-Infantil y del Adolescente, Salud Publica, Salud Ocupacional, Investigación, Bioética, Intervenciones Clínicas y Salud Comunitaria.
4.- Profesionalización de los(as) Auxiliares y Técnicas de Enfermería.
5.- Realización de Investigaciones científicas y basadas en evidencias.
6.- Capacitación en el manejo de las Tecnologías de la Comunicación y la Información
7.- Avances en la producción bibliográfica con publicaciones de libros y periódicos.
8.- Celebración de congresos, jornadas científicas y Cumbres.
9.- Desarrollo de Proyectos de Humanización de los Servicios y del Propio Personal de Enfermería.
10.- Entrega de reconocimientos a la Calidad y el Desempeño Profesional.
11.- Implementación de Proyectos de Enfermería a Domicilio, algunos de ellos acreditados por la SESPAS.
12.- Implementación de Proyectos para el Desarrollo del Liderazgo de las Enfermeras.
13.- Creación y Fortalecimiento de REDES.
14.-Formación de Sociedades Especializadas, incluyendo la mas reciente “Sociedad Católica de Enfermería” dependencia de la Pastoral de la Salud.
15.- Sometimiento al Congreso Nacional del Proyecto de Ley de Colegiación de las Profesionales de Enfermería.
En general podemos decir que la Enfermería Dominicana ha tomado un repunte en su Ser, su Hacer y su Quehacer.
Al día de hoy la formación de profesionales de la Enfermería se implementa en 11 universidades del país, siendo la UASD la mayor formadora tanto en su Sede como en los Centros Regionales..
¡!Felicidades Enfermeras !!

Resena Desayuno con el Sr.Cardenal. Mayo 09

ARQUIDIOCESIS DE SANTO DOMINGO
PASTORAL DE LA SALUD
C/Antonio Mayí Pérez esq. V Centenario, Edif. Radio ABC, Villa Juana. Tel. 809-681-2005
infopastoralsalud@gmail.com




La Pastoral de la Salud de la Arquidiócesis de Santo Domingo, a través de la Asociación Dominicana de Voluntarias de Hospitales y Servicios de Salud (ADOVHOS), invita a su tradicional Desayuno pro-fondos con una disertación magistral de Su Eminencia Reverendísima Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez. Celebrado el 28 de mayo de 2009, a las 8:00 de la mañana, en el Salón La Mancha del Hotel Lina.

El propósito de este encuentro es ofrecer un espacio de evangelización y sensibilización a empresarios, personalidades, profesionales y agentes de pastoral en torno a la labor que se realiza a favor de los enfermos, y a la vez, captar recursos para apoyar los diversos programas que desarrolla la Pastoral de la Salud. Es organizado por la Sra. Ingrid de Feris junto a un equipo de distinguidas damas que realizan una importante labor humanitaria a favor de los enfermos.

La Asociación de Voluntarias de Hospitales y Servicios de Salud es presidida por la Sra. Angélica de Ginebra junto a representantes de todas las asociaciones de voluntarias del sector salud, tanto públicos como privados y de la Iglesia Católica. La ADOVHOS forma parte de la estructura de la Pastoral de la Salud, así como las agrupaciones de católicos profesionales de la salud: Médicos, Psicólogos, Psiquiatras, Enfermeras, Bioanalistas, Farmacéuticos, la Escuela de Formación y la Red de ochenta y seis (86) Dispensarios de la Iglesia Católica.

La Pastoral de la Salud es la acción de la Iglesia dirigida a la evangelización del mundo a través de la presencia liberadora, curativa y salvadora de Cristo, en la fuerza del Espíritu Santo, y de atención especial y humanizada a las personas que sufren de alguna enfermedad.

Una de sus acciones fundamentales es la promoción y la prevención de la salud, a través de una red de ochenta y seis dispensarios médicos en esta Arquidiócesis, y servicios de psicología y psiquiatría. Asimismo, la formación permanente de sus agentes de pastoral y del personal que trabaja en el sector Salud, a través del Diplomado en Pastoral de la Salud, talleres de formación en valores, Espiritualidad y Humanización en el cuidado del enfermo, y AIEPI (Atención Integrada de las Enfermedades Prevalentes de la Infancia, de 0-5 años), entre otros.

La Pastoral de la Salud está conformada por varias asociaciones de profesionales de la salud: de médicos católicos, enfermeras, psicólogos, psiquiatras, odontólogos, farmacéuticos, bioanalistas y voluntarias, así como la Escuela de Formación, entre otras.

Si requiere otra información puede comunicarse al 809-681-2005, E-Mail: infopastoralsalud@gmail.com o visitar nuestro espacio en la Web:
www.infopastoralsalud.blogspot.com.

lunes, 25 de mayo de 2009

INVITACION DESAYUNO PRO FONDOS LA PASTORAL

La Pastoral de ls Salud de la Arquidiocesis de Santo Domingo invita al Desayuno Pro fondos a beneficio de sus programas, el JUEVES 28 DE MAYO en el SALON LA MANCHA DEL HOTEL LINA, a las 8 a.m.

ORADOR PRINCIPAL S.E.R. NICOLAS DE JESUS CARDENAL LOPEZ RODRIGUEZ

Contribucion> 1,000.00 pesos


CONFIRMAR A..809 681 2005 o al 809 684 6464

martes, 21 de abril de 2009

Mons. Arnaiz nos habla de San Pablo

PABLO DE TARSO
Por Su Excelencia
Monsenor Francisco Jose Arnaiz
Presidente Comision Nacional Pastoral Salud




La figura de Pablo es tan imponente en el Cristianismo que no han faltado enemigos de la fe cristiana que han defendido que el verdadero fundador de este fenómeno histórico es él y no Jesucristo.
Todo en él es impresionante: su conversión, su trayectoria, su personalidad, su obra y sus escritos.
Cercano al hecho de Cristo, (casi coetáneo de él), por haber nacido unos ocho años después de él y conocedor, por lo tanto de su existencia, vida y enseñanzas aunque no discípulo suyo, (más bien enemigo por sus diatribas frecuentes contra los fariseos a cuyo grupo pertenecía), y surgidas las primeras comunidades cristianas después de la resurrección de Cristo, Pablo de Tarso se constituyó perseguidor implacable de ellas.
El Cristo resucitado, sin embargo, que, con sus apariciones en cuerpo glorioso, devolvió y fortaleció la fe de sus apóstoles, en sus designios inescrutables se le apareció también a él, camino de Damasco y le vino a decir claramente que contaba con él para la expansión de la “buena nueva” , del misterio de la salvación universal que incluía la redención de nuestros pecados, la reconciliación de Dios con la humanidad a través de Cristo y nuestra santificación por la participación en la vida divina por la infusión del Espíritu Santo que nos hacía hijos verdaderos de Dios por adopción y herederos consecuentemente de la vida eterna y gloriosa en Dios y con Dios.
Supuso esto una gran convulsión en su interior. No era él un hombre liviano en sus convicciones, sobre todo religiosas. Fuertemente reflexivo y de temperamento ardiente y apasionado no admitía debilidades en su fe judía ni ataques a ella. Esa fe era para él convicción, pasión e identidad.
Sabía de Jesús de Nazaret. Lo había percibido como uno de tantos buenos profetas que surgían de tiempo en tiempo en Israel y había pensado que con su muerte habría de desaparecer su influjo. No había sido así.
No le había gustado en él el fondo revolucionario de sus planteamientos religiosos, su tono universalista y sobre todo que hubiese repetido insistentemente que él era la resurrección y la vida. No había soportado que hubiese dicho que él era más grande que Abraham y Moisés. Sabía que él había tenido frases muy duras contra los escribas y fariseos y por eso él, Pablo, se había convertido en perseguidor enardecido de sus secuaces.
Le constaba que había sido crucificado como un malhechor y no había creído que hubiese resucitado pero ahora resultaba que el resucitado se le había aparecido a él nada proclive a alucinaciones. Se le había aparecido en cuerpo glorioso y le había hablado claramente.
Ante este hecho irrecusable para él toda su vida y mundo anterior se le vino abajo. El equivocado era él y no aquel Jesús de Nazaret.
Todo ser humano sometido repentinamente a una experiencia de estas características, que exige un cambio radical de vida, piensa mucho y termina fraguando una personalidad muy típica, honda, firme y rica. Es el caso de San Agustín, de Newman, de Ignacio de Loyola y en nuestros días de García Morente y tantos otros. Y fue el caso de Pablo. Lucas nos informa que al aparecérsele el Cristo glorioso y decirle “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, él le preguntó “ ¿quién eres, Señor?, y que el Señor le contestó: “Yo soy Jesús , el mismo a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad. Allí te dirán lo que tienes que hacer”.
Los tres días de total retiro en Damasco, antes que viniese a verle y bautizarle Ananías, fueron, sin duda, a juzgar por sus futuras cartas, de una gran densidad mental, de mucho reflexionar bajo la acción del Espíritu Santo. Su conversión a Cristo no se había producido y se estaba produciendo por una frustración personal de su fe judaica y un progresivo conocimiento y admiración de la fe cristiana sino por una súbita irrupción de Dios en su vida. Esto le obligaba ahora a un proceso serio de comprensión profunda de aquello a lo que era llamado. Ante cualquier realidad el ser humano, (y es más humano cuanto más racional y conscientemente actúe ) procede así.
El itinerario de los sometidos a una experiencia similar es: percibir, reflexionar (razonar, discurrir), juzgar, deducir y valorar. Por su innata curiosidad, no se contentan con su constatación sino que quieren saber su origen, su entraña, sus implicaciones, su funcionalidad, su finalidad, su valor es decir sus múltiples relaciones con la creación y ante todo con el ser humano. Fue lo que San Pablo comenzó a hacer en Damasco y continuó haciéndolo toda la vida respecto a Cristo y la fe cristiana. Y esto es precisamente lo que le constituye figura singular y primer teólogo del Cristianismo.
El teólogo es un individuo que asume como propia la tarea de intentar comprender un misterio divino presente en la revelación o en la tradición de la Iglesia y una vez comprendido conceptualizarlo y , una vez conceptualizado, formularlo y , una vez formulado, trasmitirlo.
Solamente los de indiscutible talento y después de pensarlo y sobrepesarlo mucho son capaces de condensar su pensamiento en breves y lapidarias frases.
Es hechizante en San Pablo encontrar aquí y allá en sus cartas síntesis fascinantes del misterio de Cristo que iluminan profusamente la fe cristiana. Nadie ha definido mejor que él, en la Carta a Tito (3, 4-7) la profundidad del misterio de la salvación.
En sólo un párrafo, descifrador de la salvación, hace él los siguiente planteamientos: 1) La salvación consiste en un bautismo que nos purifica y produce en nosotros una vida nueva ; 2) la fuente de esa nueva vida es el Espíritu Santo dentro de nosotros; 3) Ese Espíritu Santo dentro de nosotros se lo debemos a Cristo; 4) En virtud de esa nueva vida somos “justos”, santos; 5) y poseemos ya, en esperanza, como herencia, la gloria eterna. 6) Y esto se le debemos puramente a la misericordia de Dios sin mérito alguno nuestro; 7) y esto muestra la bondad y amor de Dios a la humanidad.
Dice textualmente San Pablo: “Dios, nuestro Salvador, mostró su bondad y su amor a la humanidad, pues, sin que nosotros lo mereciésemos, por pura misericordia suya, nos salvó por medio de un bautismo que produce nueva vida por medio del Espíritu Santo que Jesucristo nuestro Salvador nos lo infunde generosamente, para que, hechos ya justos (santos, partícipes de vida divina) ahora, tengamos en esperanza, como herencia, la vida eterna”
A propósito de su situación en ese momento, preso en la cárcel mamertina de Roma por el único “delito” de predicar el evangelio de Cristo, Pablo le esboza a Timoteo en su segunda carta (2, 11-13) un breve tratado de ascética cristiana: “Esto es muy cierto: Si morimos con Cristo, también viviremos con El; si sufrimos con valor por El, tendremos parte en su reino; si lo negamos, también El nos negará; si nos somos fieles, El, sin embargo, seguirá siendo fiel porque El no se contradice”.

La vida de San Pablo puede y debe dividirse en dos grandes períodos: ºdesde su nacimiento en Tarso de Cilicia (hacia el año ocho) hasta su conversión en el año treinta y seis y desde su conversión hasta su martirio en el año sesenta y siete en la persecución de Nerón.
Sus años en Tarso lo marcaron fuertemente. La Tarso de hoy no es ni sombra de la Tarso en la que nació y se formó Pablo. Tarso a comienzos del siglo I era la capital de la provincia romana de Cilicia en Asia Menor. Balconada sobre el mediterráneo, cerca de la Isla de Chipre, tenía un bullicioso puerto, de mucho movimiento comercial y gente de muchas razas, navegantes y traficantes que a voces discutían sobre precios y se acaloraban terminando siempre en paz. La atravesaba un río navegable, el Cidno, nacido en las montañas de Tauro a cuya falda había sido construida la ciudad. Poseía Universidad y se gloriaba de su historia. En ella habían permanecido célebres personajes como Cicerón y César. Se enseñaba con orgullo el lugar donde un día se había bañado Alejando Magno y a punto había estado de ahogarse cuando sus huestes acosaban el ejército de Darío, Rey de los persas. En su puerto había atracado un día una espléndida nave con Cleopatra, la Reina de los persas, que navegaba con el fin de conquistar el corazón del triunviro romano Antonio.
Por su situación privilegiada, por sus facilidades comerciales, por el trasiego continuo de naves, por la riqueza que reportaban sus negocios había ido atrayendo gente de muchos pueblos y era en esos momentos una ciudad cosmopolita. Por la cercanía y por su espíritu abierto y emprendedor la colonia judía era amplia y enraizada pero junto a ella las otras colonias eran muchas y dinámicas. Por sus calles sonaban las lenguas más diversas, era muy diferenciado el vestir y se sobreponían culturas muy disímiles. Con todo la cultura predominante era la greco-romana del Imperio. Dicha cultura se reflejaba, sobre todo, en el mundo oficial, en los grandes edificios, en los monumentos, en los juegos del estadio, en los desfiles militares y en las fiestas. No obstante las lenguas y dialectos de los diferentes grupos advenedizos, la lengua de la ciudad era el latín y el griego.
Se cultivaban distintas religiones. En las fiestas de Sadán, dios protector de la ciudad, un cortejo de músicos y danzantes paseaba en lujosa carroza su estatua gigantesca y la quemaban en una hoguera, como signo de la muerte de la vegetación al inicio del invierno en espera de su resurrección en la primavera. La secta de los discípulos de Mitra, dios de Persia, se hacía sentir con sus “taurobolios”. Sus fervientes adeptos se hacían rociar con la sangre del toro inmolado en símbolo de regeneración.
Una antigua tradición exigía que la fiesta de Sardanápalo, fundador de la ciudad, se celebrase en las tiendas con inacabables orgías. En mitad de la ciudad había una descollante estatua al pie de la cual había una inscripción que proclamaba:”Transeúnte, como bien, bebe bien, Lo demás no sirve para nada”.
En este ambiente nació y creció Pablo. Era hijo de una familia judía laboriosa y muy fiel a su religión. Su padre, por las ventajas que reportaba, había obtenido la ciudadanía romana. Los que gozaban de ella podían acceder a un cargo oficial de magistrado o sentar plaza en el municipio y podían, sobre todo, en cualquier pleito con la justicia recurrir a la suprema autoridad del Emperador. En un momento difícil de su vida Pablo recurriría al Emperador romano al grito de “civis romanus sum. Cesarem appello”, “Soy ciudadano romano. Apelo al Cesar”
Evidentemente que esta experiencia vital del mundo pagano en Tarso, el contacto con tantas culturas predominantemente medio-orientales, dominar la lengua griega y latina y ser ciudadano romano para poder moverse libremente en todo el Imperio le habrían de ayudar altamente a Pablo converso en su misión de “apóstol de los gentiles”.
En Tarso la comunidad judía era importante y poseía, como en todos los enclaves judíos de la diáspora, su Sinagoga y aneja a ella una escuela. En ella los niños judíos, a partir de los cinco o seis años aprendían a leer en los libros sagrados. Se familiarizaban con la Historia de su pueblo; se empapaban en el papel privilegiado de la misión religiosa confiada por Dios a Israel; y despertaban en su interior un profundo orgullo de ser judío.
A partir de los diez años el estudio se centraba en la ley con sus
innumerables disposiciones y normas.
Pertenecía el padre de Paulo, como judío, al grupo fariseo y en ella formó hogareñamente a su hijo, lo más seguro con gran severidad y exigencias. Su padre, como buen fariseo, sometió a su hijo al trabajo manual. Los fariseos, aun los de altos ingresos, tenían a honor trabajar manualmente. Rico comerciante en el área de tejidos era un exitoso fabricante de tiendas y muy pronto metió al joven hijo en el negocio. Tarso tenía fama en toda la región de fabricar magníficas lonas, mantas y abrigos de invierno. La población era experta en tejer pelos trenzados de cabra. Las montañas de Tauro con abundantes rebaños ofrecían en abundancia la materia prima. Pablo debió aprender bien el oficio y, ya apóstol itinerante, se sirvió de ese oficio para no ser carga económica de sus fieles de medianos ingresos y se glorió de ello.
Pablo por familia estaba destinado a ser un fariseo integrista, más aún a ser escriba. Estaba destinado y lo fue. Ser escriba dentro del pueblo de Israel era una ambición. El escriba podía ser abogado y magistrado, juez y asesor jurídico, predicador y maestro de la Ley.
Se dijo y quedó escrito en el Mishna que desde que murió el anciano Gamaliel, había desaparecido la gloria de la Ley. Todo lo que se pudiera decir sobre la ley con todas sus implicaciones lo sabía Gamaliel. Su fama había rebasado los límites del territorio de Israel y se extendía por el Imperio Romano a todas las colonias judías de la diáspora. Gamaliel no sólo era un erudito sino también un excelente profesor adorado por sus alumnos. En tiempo de San Pablo regentaba la escuela del Templo de Jerusalén. Asistir a sus clases era un privilegio y un honor. Excepcionalmente impuesto en la ley poseía una enorme capacidad de adaptación y sensatez. Dado, pues, el aprovechamiento del joven Pablo en la escuela de la Sinagoga de Tarso nada de extraño tiene que fuese envíado a Jerusalén para asistir a la escuela de Gamaliel. Tendría Pablo unos diez y seis años.
Dado su talento y tenacidad llegó pronto a ser un fariseo ejemplar, certero en sus juicios y austero en su modo de vivir dispuesto a ir a donde quiera, enseñar en las sinagogas y ganar adeptos para el verdadero Dios de Abrahán y Moisés. Vemos, así, que terminados sus estudios, graduado ya de excelente escriba y comisionado por el Consejo Supremo del Sanedrín de Jerusalén realiza diversas misiones entre los judíos de las comunidades dispersas en el exterior. Esto explica que durante los tres años de la vida pública de Jesucristo no tuviera encuentro alguno con él. En concreto, todo da a entender que se encontrase en el exterior durante el juicio, pasión y muerte de Cristo. En sus expediciones apostólicas de la fe de Israel Pablo se muestra celoso, entregado y enardecido. Se lo exigía su convencimiento y su temperamento
A la vuelta a Jerusalén de uno de esos viajes es cuando se encuentra comunidades de discípulos de Jesús muy vivas y es cuando se entera que un tal Esteban pretende ni más ni menos que suprimir la Ley y prescindir del templo de Jerusalén. Se enardece y asiste el proceso de Esteban y a su ejecución. Se siente llamado por Dios a perseguir a los secuaces de ese falso profeta y con esta intención parte hacia Damasco y es entonces cuando el Cristo resucitado y glorioso se le aparece y le habla. Su condición de antiguo escriba le ayudaría mucho en su nuevo empeño de convertir al cristianismo a sus hermanos de raza, presentes en las principales ciudades mediterráneas y asiáticas del Imperio romano.


A Pablo no se le puede leer aprisa, sin desmenuzar reflexivamente y ponderar lo que dice.
Nadie ha dicho tanto en menos palabras como Pablo sobre la realidad y función del Espíritu Santo en nosotros. En una sucesión de densos párrafos nos presenta los siguientes planteamientos en el capítulo 8 de su carta a los romanos: El Espíritu Santo que es Espíritu de Cristo, está en nosotros. No nos ata ya la ley del pecado y de la muerte porque la ley del Espíritu nos ha librado de ambos. El Espíritu Santo nos ha sido dado en la persona de Cristo. Es el mismo Espíritu Santo de Cristo que lo resucitó de entre los muertos. Es Espíritu de vida. Y él habita en nosotros y nos hace pertenecer ya a Dios. En ese Espíritu y por ese Espíritu somos hijos de Dios y herederos de Dios. Todos los que se dejan guiar por el Espíritu Santo son hijos de Dios. Es Espíritu de fortaleza, que nos permite llamar a Dios Padre. Por ser hijos somos herederos de Dios y coherederos con Cristo. Porque sufrimos con El, seremos glorificados con el. Consecuentemente, la Gloria es nuestro destino. Todos los sufrimiento de este mundo no son en nada comparables con la gloria que se manifestará en nosotros. Toda la creación sufre dolores de parto Nosotros en él poseemos ya la primicias de la gloria. Caminamos en esperanza. El Espíritu Santo ayuda nuestra flaqueza. Nos predestinó, llamó, justificó y nos glorificará. Camino de la Gloria, Dios, su amor está con nosotros. ¿Quién podrá contra nosotros?. Dios Padre nos da graciosamente cuanto necesitamos. Cristo no nos condena sino que intercede por nosotros. El Espíritu Santo –amor de Dios- está con nosotros. Nada podrá apartarnos del Amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
A todos nosotros, cuando enterramos a nuestros seres queridos nos asalta la duda cómo esos restos se transfigurarán en cuerpos gloriosos. Pablo asumió valientemente esa duda y nos ofreció su solución. La tenemos en su primera carta a los Corintios, versículos 35 al 44: “Tal vez alguno pregunte ¿cómo resucitarán los muertos?, ¿Qué clase de cuerpo tendrán?. Vaya una pregunta necia. Cuando se siembra, la semilla tiene que morir para que tome vida la planta. Lo que se siembra no es la planta que ha de brotar sino el simple grano, sea de trigo o de otra cosa. Después Dios le da la forma que quiere y a cada semilla le da el cuerpo que le corresponde. No todos los cuerpos son iguales. Uno es el cuerpo del ser humano, otro el de los animales, otro el de las aves y otro el de los peces. Del mismo modo hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres, y una es la hermosura de los cuerpos celestes y otra la de los cuerpos terrestres. El brillo del sol es diferente del brillo de la luna. Y aun entre las estrellas, el brillo de una es diferente del de la otra. Lo mismo sucede con la resurrección de los muertos. Lo que se entierra es corruptible. Lo que resucita es incorruptible. Lo que se entierra es despreciable. Lo que resucita es glorioso. Lo que entierra es débil. Lo que resucita es fuerte. Lo que se entierra es un cuerpo material; lo que resucita es un cuerpo espiritual”.
Sobre la vida eterna y gloriosa que nos espera y la razón de nuestra esperanza, bálsamo en el dolor por los seres queridos que se nos van, y alivio de nuestros temores, Pablo escribe a los corintios: “ Nosotros somos como una casa terrenal, como una tienda temporal de campaña, pero sabemos que aunque esta tienda se destruirá, Dios nos tiene preparada en el cielo una casa eterna que no ha sido hecha por manos humanas. Por eso suspiramos mientras vivimos en esta casa actual pues quisiéramos mudarnos ya a nuestra casa celestial. Así, aunque seamos despojados de este vestido, no quedaremos desnudos. Mientras vivimos en esta tiendas, suspiramos afligidos, pues no quisiéramos ser despojados sino más bien ser revestidos de tal modo que lo mortal queda absorbido por la nueva vida. Dios es quien nos impulsa a esto, pues nos ha dado el Espíritu Santo como garantía de lo que hemos de recibir” (2 Cor 5, 1-5)
Como integrista que era en su fe judaica, Pablo defendía y vivía que lo que salvaba y santificaba era el cumplimiento fiel de la Ley. De repente descubre que no es la observancia de la ley la que salva sino el amor gratuito de Dios, la “jaris” en griego, la gracia y se convierte en un fanático de la “gracia”. Pablo escribe en griego y usa siempre la palabra “jaris” que los traductores al latín la trasformaron unas veces en •gratia y otras en charitas, ambas de la misma raiz griega “jaris” que vienen a significar lo mismo “gratuidad en el amor” o “amor sin mezcla de interés alguno”, amor gratuito.
Para Pablo “Dios es amor gratuito y Cristo y su obra es manifestación de ese amor”. Esto le llega tan hondo a su alma y le ilumina tan profusamente el misterio de Cristo que no duda en proclamar una y otra vez que su misión es anunciar a judíos y gentiles el evangelio de la gracia, del amor gratuito de Dios. Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles nos informa del discurso que tuvo Pablo a los ancianos de Efeso. Pablo les dijo: “ Para mi, mi propia vida no cuenta, con tal que yo pueda llegar con gozo hasta el fin de mi carrera cumpliendo el encargo que el Señor Jesús me dio de anunciar el evangelio del amor gratuito de Dios” (Hechos 20, 24)
Ahondando en esta clave profunda del misterio de Cristo, nos dice, con su tipico estilo, en la carta a los de Efeso (3, 14-21): “Doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda la familia en el cielo y en la tierra, para que les conceda a Ustedes, según la riqueza de su gloria, ser robustecidos por la acción del Espíritu Santo dentro de ustedes para que Cristo habite por la fe en sus corazones, y para que arraigados y cimentados en el amor gratuito del Espíritu Santo sean ustedes capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura y largura, la altura y profundidad de su vocación y conocer el amor de Cristo que sobrepuja todo conocimiento, a fin de que sean llenos de ese amor hasta la plena abundancia de Dios. Al que es poderoso para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pensar o desear de acuerdo al poder de la Gracia ( del amor gratuito) que ejerce sobre nosotros, a El la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones en los siglos de los siglos, amén” (Ef. 3, 14-21)
De todo esto Pablo deduce que el cristiano, admirado de ser tan amado de Dios, de haber sido perdonado gratuitamente en Jesús y de ser animado por el Espíritu Santo gracias a Cristo, siente deseos de ser como su Padre celestial y de trasmitir a todos la alegría que de El recibe.
Pablo conceptualiza el misterio de la Iglesia con dos imágenes complementarias entre sí. Esas imágenes son “cuerpo” y “esposa”. La Iglesia es un cuerpo que tiene a Cristo por cabeza y de El recibe su influjo vital. Con esa imagen resalta la unidad entre la Iglesia y Cristo. La Iglesia es la esposa de Cristo. Con ello quiere expresar la unión y comunión, la autodonación mutua entre Cristo y la Iglesia.
Pablo proclama:“Cristo es la cabeza de la Iglesia que es su cuerpo”, “Un cuerpo humano, aunque esté formado por muchos miembros es un solo cuerpo… pues bien, ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno de ustedes es un miembro con su función particular” (Col. 1,18; 1 Cor 12, 12 y 27)
Respecto a la imagen de la esposa dice San Pablo en su carta a los efesios:”Esposos, amen a sus esposas como Cristo ama a la Iglesia y dio su vida por ella. Esto lo hizo para santificarla purificándola con el baño del agua acompañado de la palabra para presentársela a si mismo como una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada parecido sino santa y perfecta. De la misma manera deben los esposos amar a sus esposas como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a si mismo. Y nadie odia su propio cuerpo sino que lo alimenta y lo cuida como Cristo hace con la Iglesia porque es su cuerpo y nosotros somos los miembros de ese cuerpo” ( 2 Cor 5, 25-30).


Providencialmente para nosotros, Pablo abordó en profundidad el tema de nuestra resurrección.
Los filósofos griegos defendían que el cuerpo era pura materia, algo opuesto al principio vital del ser humano, el alma. Esta durante la vida estaba aprisionada en el cuerpo y la muerte no era otra cosa que la liberación del alma de esa prisión.
La antropología de Pablo, judío de nacimiento, era muy distinta. Era la judía. El ser humano es “basar”, “nefes” y ruah”: materia animada, espíritu encarnado y soplo o animación divina.
Gracias a la actitud de los Corintios, Pablo expuso claramente en toda su profundidad el tema de nuestra resurrección. Cristo había resucitado y su resurrección implicaba la nuestra. “Cristo era el primero de los renacidos a la vida eterna y gloriosa”. Esto supuesto, el argumento de Pablo es claro: si nosotros no resucitamos, Cristo no resucitó y esta consecuencia era inadmisible.
Esto supuesto es muy lógico que Pablo comience su argumentación reivindicando la resurrección de Cristo. Cristo había resucitado y se había mostrado vivo, aunque transfigurado, a muchos. Había sido la gran experiencia de todos ellos. Algunos, remacha Pablo, viven todavía y podrían ser consultados. Es más a él se le había aparecido también.
Establecido el hecho irrecusable, Pablo arguye: si la resurrección de los cuerpos fuese algo imposible, Cristo, en cuanto a su cuerpo mortal, no habría podido resucitar. Y consecuentemente nuestro mensaje sería falso y nuestra fe carecería de fundamento. Además él y los apóstoles serían unos impostores por proclamar una falsedad.
En este caso los que murieran perecerían para siempre. No vivirían ya, ni habría esperanza de volverlos a ver. Qué decepción tan grande para aquellos paganos que se hicieron cristianos con la esperanza de volver a reunirse con sus seres queridos ya muertos. Por otro lado, si la vida presente no se abre a una esperanza de vida plena, definitiva y gloriosa en el más allá, para qué creer en Cristo. Ser cristiano no comportaba más que dificultades, sufrimientos y persecuciones. Eran ya los tiempos de las crueles persecuciones en todo el Imperio romano contra los cristianos. Seríamos, por tanto, los cristianos, -arguye Pablo- los más desgraciados de los seres humanos. Sería más rentable acogerse al lema de los estoicos: “comamos y bebamos que mañana moriremos”.
Presentada así la situación del cristiano y subrayada la importancia de la resurrección de Cristo respecto a la nuestra, Pablo se subleva y grita : “Pero ¡no!. Como les he dicho, Cristo resucitó. Es un hecho innegable, con testigos que aún viven. Y de la misma manera que la primera espiga anuncia la cosecha, así su resurrección anuncia la nuestra”.
Los cristianos de Corinto se hacían otra pregunta, que se la han hecho también los cristianos de todos los tiempos. Esa pregunta era ¿cómo vamos a resucitar?, ¿con qué cuerpo lo vamos a hacer?, ¿Recobrará el cuerpo su vigor perdido o resucitará con un cuerpo con las heridas de la vida?. Tal cuestionamiento dio pie a una de las páginas más antológicas del cristianismo.
Ante todo, se pregunta ¿por qué el cuerpo resucitado tiene que ser absolutamente idéntico a lo que era en la tierra?. El grano que se siembra no se parece en nada a la espiga de trigo que surgirá o al árbol en que se convertirá. Nuestro cuerpo resucitará glorioso, transfigurado. Sembrado corruptible, resucitará incorruptible; sembrado en la podredumbre, resucitará en la gloria.
El cuerpo de Jesús resucitado era su cuerpo mortal pero transfigurado y glorioso. Eso es lo que sucederá con el nuestro que será el mismo y distinto a la vez.
En un relato evangélico de la resurrección vemos cómo el Apóstol Santo Tomás vio la señal de los clavos y de la lanza en el costado del resucitado. Nosotros también tendremos un cuerpo resucitado relacionado con la historia de nuestras vidas. Guardaremos las señales, las huellas glorificadas de lo que hayamos hecho y de lo que nos hayan hecho. Nada de lo que haya marcado nuestro cuerpo, el trabajo, la valentía, los peligros que hayamos corrido, la abnegación, el sufrimiento perecerá.
Pero, al mismo tiempo, el cuerpo será distinto, como fue el de Jesús resucitado. La prueba es que sus amigos, sus discípulos no lo reconocieron, cuando se encontraron con él a pesar de haber vivido tres años con él. Jesús tuvo que hacer un gesto, decir una palabra para que reconocieran que era ciertamente él (Lc 24, 28-42; Jn 20, 16; 21, 5-9).
Por otro lado ese cuerpo resucitado presentaba unos poderes inauditos, haciéndose repentinamente presente en un lugar a pesar de estar cerradas las puertas y de pronto dejaba de estar allí. Tenemos en esto una pequeña prueba de las posibilidades ilimitadas de que gozarán nuestros cuerpos resucitados.
Mientras el cristiano espera esta gloriosa resurrección, sabe que ya con el bautismo ha quedado revestido de Cristo y que participa de la vida divina. Y también sabe que la morada de su cuerpo está llamada a ser destruida por la muerte. Por eso aspira a que el Espíritu Santo, esa fuente de energía divinizante, transforme su cuerpo.
Al morir, se encontrará al lado del Señor. Dice textualmente San Pablo en su segunda carta: “Deseo dejar el cuerpo (mortal) para estar ya junto al Señor” (2 Cor 5, 6-8). Ni una pizca de duda en ello.
La muerte, pues, no es una caída en la nada ni el término de todo. Lo habían presentido ya algunos filósofos griegos como Sócrates.
Para Pablo la muerte es el encuentro definitivo con el Señor y por eso escribe lleno de gozo:”cuando vuelva el Señor, cuando estos seres mortales que somos nosotros se hayan revestido de inmortalidad, entonces el triunfo será completo. La muerte, ligada al pecado y al mal, que aparecieron en la creación, será vencida. Se realizará la promesa de los libros sagrados”. “ Y Entonces cuando esto corruptible se vista de incorrupción y esto mortal de inmortalidad, se cumplirá lo que está escrito: “la muerte ha sido aniquilada para siempre”. ¡Muerte!, ¿dónde está tu victoria?, ¿dónde está, muerte, tu aguijón?. El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley. Demos gracias a Dios que nos da esta victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor 15. 54-57). Y concluye: “Por consiguiente, queridos hermanos, estén firmes e inconmovibles, trabajando cada vez más por el Señor, sabiendo que sus fatigas como cristianos no son inútiles” (1 Cor 15, 58)
No hace falta ser muy agudo para constatar que las cuestiones planteadas hace XXI siglos a Pablo por los corintios (“¿resucitaremos verdaderamente? ¿Con qué cuerpo?”) siguen siendo de actualidad.
Aunque los cristianos proclamen en la misa del domingo en el credo: “creo en la resurrección de la carne”, no son pocos los que no están plenamente convencidos de ello. Por otra parte los no creyentes defienden continuamente que eso es imposible. Algunos en la palabra resurrección - -sinónima de permanencia en el tiempo- no ven más que un modo de expresar el mero influjo de los que se fueron en la transformación de la vida social y económica, por cierto tiempo en mayor o menor escala.
Como Pablo nos ha expuesto, se trata de una realidad muy distinta. Nuestros cuerpos vivirán más allá de la muerte, idénticos y distintos, glorificados y transfigurados. Está comprometida la palabra de Dios. “Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro” como decimos en la profesión abreviada de nuestra fe. Proclamación altamente reconfortante.






Termino ya con unos versos sobrios y saltarines.


Pedro roca; Pablo espada.
Pedro, la red en las manos
Pablo, tajante palabra

Pedro, llaves; Pablo, andanzas
y un trotar por los caminos
con cansancio en las pisadas

Cristo tras los dos andaba:
a uno lo tumbó en Damasco
y al otro lo hirió con lágrimas.

Roma se vistió de gracia:
crucificada la roca
y la espada muerta a espada.

Muchísimas gracias por haberme escuchado.

jueves, 16 de abril de 2009

INVITACION CONFERENCIA MONS. ARNAIZ

La pastoral de la Salud invita a la exposición de la conferencia:
" Experiencia Pascual de San Pablo" por su Excelencia Monseñor Francisco Jose Arnaiz S,J


Día: 18 de Abril del 2009
Hora: 8:00 a.m.
Lugar: Parroquia Santisima Trinidad

martes, 17 de marzo de 2009

CONFERENCIA MONSENOR ARNAIZ

EL VALOR DE LA VIDA



CONFERENCIA EL VALOR DE LA VIDA

Por Mons. Fco José Arnaiz S.J.





El título que me propusieron para esta charla fue “Bioética. El valor de la vida”. La Bioética, con fuertes y específicos reclamos hoy no es precisamente campo de mi competencia, y sería una osadía mía ponerme a improvisar. Me voy a ceñir por eso, exclusivamente, al tema “el valor de la vida” que está en el trasfondo de la Bio-ética y que, sí, entra de lleno en mi competencia. Por otra parte me ilusiona hacerlo.
Sin más, abordo el tema.

* * * * * *

La vida en sus múltiples modalidades nos es tan connatural que apenas despierte nuestra atención. Y cuando la despierta, suele bastante superficialmente. Es más, la vida humana, por ejemplo, siendo de tanto valor, parece que sólo la estimamos en su justo valor, cuando estamos en trance o a punto de perderla.
Sin embargo,¡ qué espectacular y variado es el mundo de la vida, que late en nosotros y que nos rodea por todas partes. En los cielos, en la tierra y en el mar. En el cóndor, en el alazán y en el delfín. En la mariposa, en la hormiga y en el mosquito. En la secuoya, en la palmera real y en el rosal. En el filósofo, en el analfabeto y en el campeón olímpico.
A todos los curiosos e investigadores de la vida les ha inquietado siempre su origen, confundiendo frecuentemente la vida misma con las condiciones y exigencias materiales de esa vida en sus diversas formas y modalidades.
La vida en si –la vegetativa, la animal y la humana- sigue siendo hoy un estremecedor misterio. Lo único que hemos logrado, a base de mucha ciencia y de mucho dinero invertido en la investigación es conformar los compuestos orgánicos que configuran el estadio previo a la vida, pero todavía no hemos podido los seres humanos producir una sola célula viva en el laboratorio. Clonarla, que significa injertarla) sì, pero producirla, no.
Los esfuerzos científicos por dar con el modo y el tiempo de la aparición de la vida en nuestro planeta arrancan propiamente del año 1859 cuando Darwin propuso su teoría de la evolución. El mismo Darwin planteó ya que esos inicios se dieron en circunstancias muy distintas a las nuestras, a partir de ciertos procesos muy complejos de compuestos químicos.
El químico ruso Alejandro Operin (1924) y el inglés ohn Haldane (1929) fueron los pioneros en investigar cómo pudieron haber sido esos procesos.
Por ahora la hipótesis vigente, fundada en los estudios y experimentos de Urey y de Millar de la Universidad de Chicago es la que voy a ofrecer. Hace unos tres mil ochocientos millones de años, la Tierra, aún sin vida, estaría conformada por continentes distintos de lo de ahora; por dilatados océanos y por una atmósfera carente de oxígeno y compuesta de nitrógeno, anhidro carbónico, monóxido de carbono, metano, amoníaco y otros gases.
Una temperatura algo más alta que la actual y la radiación solar, especialmente ultravioleta, habrían sido haciendo posible en zonas de mares superficiales y en lagos síntesis de moléculas orgánicas como aminoácidos, azúcares y bases orgánicas. En este complejo caldo de substancias se habrían ido formando cadenas primitivas de proteínas que se habrían concentrado en pequeños glóbulos.
A partir de este material, todavía inerte, por un proceso totalmente desconocido aún, habrían nacido las primeras células vivas más primigenias, formadas por bacterias monocelulares llamadas “Procarietas”, es decir carentes de núcleo. Posteriormente se habrían desarrollado las cianobacterias, células capaces de realizar la función de fotosíntesis, pudiendo de este modo romper las moléculas de agua, sintetizar los azúcares necesarios para su nutrición y liberar oxígeno.
Por la acción de estas bacterias, similar a la actual de las plantas, habría crecido, en la atmósfera, poco a poco el nivel de oxígeno, y esto habría acontecido en un largo período que iría de los mil quinientos millones de años a los dos mil millones. Una atmósfera así, con oxígeno, es un requisito para el desenvolvimiento de la vida.
El siguiente paso habría sido la formación de las células “eucariotas”, células con núcleo. De ellas están formados todos los seres vivos actuales incluidos los humanos.
A partir de este punto, se habría dado una lenta evolución que iría desde la aparición de las primeras plantas pluricelulares y primeros animales hace unos setecientos millones de años desde la aparición posterior de plantas terrestres y vertebrados hace quinientos millones de años. Y desde la aparición de múltiples reptiles hace unos trescientos millones de años; y desde la aparición de los mamíferos hace ciento cincuenta millones de años, hasta finalmente la aparición del ser humano hace unos dos millones de años.
Ante este panorama, empecemos diciendo que estamos solamente ante una hipótesis científica, bien fundamentada, y nada más. Y una hipótesis, como su nombre lo indica, no es otra cosa que una conjetura o una suposición. Hipótesis, viene semánticamente del verbo griego “hipoticemi”, colocar algo debajo, suponer. Resaltemos en segundo lugar que no estamos hablando de la vida en sí sino de los elementos químicos inorgánicos y orgánicos que se requieren previamente para que se dé la vida vegetativa, animal y humana, para que lo meramente químico se transforme en bioquímico.
Todo esto supuesto, surge ahora una pregunta obligada: ¿lo dicho está reñido o no con lo que la Biblia nos dice en el Génesis?
Una cosa es conocer la realidad de la República Dominicana recurriendo a una buena geografía y un informe riguroso de economía y sociología nacional y otra muy distinta hacerlo acudiendo a nuestro poeta nacional Pedro Mir en su célebre elegía a la Patria “Hay un país en el mundo”. Lo que esa geografía científica y ese informe riguroso nos dicen con extremada exactitud a base de datos precisos precisos y enjutos, Pedro Mir nos lo dice de modo muy distinto poética y aladamente: “Hay en país en el mundo,/colocado/ en el mismo trayecto del sol,/ oriundo de la noche,/ colocado en un inverosímil archipiélago/ de azúcar y de alcohol,/ sencillamente liviano,/como un ala de murciélago,/ apoyado en la brisa./ sencillamente claro,/ con el rastro del beso en las solteras antiguas/ o el día de los tejados/ sencillamente frutal, fluvial y material. Y sin embargo/ sencillamente tórrido y pateado/ como una adolescente en las caderas./ sencillamente triste y oprimido/ sencillamente agreste y despoblado/ etc
No es ni pretende ser la Biblia, cuando trata temas cosmogónicos, antropológicos, astronómicos e históricos, tratados de esas ciencias. Ni pretende consecuentemente incursionar en esos mundos para solucionar problemas reales, existentes en ellos. La Biblia lo que pretende es hacer teología de esos mundos, revelar la acción de Dios, su presencia e influjo en ellos, su intención y plan acerca de ellos.
El libro del Génesis nos presenta a Dios creando cada una de las diversas especies vivas y recurre para ello al género mítico. Sería un error interpretarlo literalmente como sería un error interpretar literalmente la poesía de Pedro Mir. Hay que interpretar el pasaje del Génesis por su género literario “mítico”. Y mítico viene de “mizos” en griego que significa “fabula”, “algo vinculado a la fantasía”.
Según esto, lo que el Génesis quiere formular a través de ciertas conceptualizaciones y formulaciones “míticas” es la autoría y Señorío de Dios acerca de toda la creación, cualesquiera que sean los procesos por los que ésta ha pasado.
Y al fin de cuentas no es menor, respecto a la inteligencia y poder de Dios, la admiración que produciría , en los inicios de todo, la creación directa de todos los seres vivos que la que debe producir en nosotros las virtualidades infundidas por Dios en los primigenios elementos capaces de producir, a través de fascinantes procesos, las realidades que han ido surgiendo hasta a la situación actual o que puedan todavía surgir.
La ciencia entonces lejos de disminuir nuestra admiración ante el misterio de la vida lo que hará siempre es aumentarla.


En el tema de la vida humana hay un problema fundamental y es el de cuándo se produce estrictamente en el seno de la madre el comienzo de una nueva vida.
No es a la intuición ni al interés positivo o negativo ni al libre ejercicio mental al que le compete dar cumplida respuesta sino a la ciencia. La ciencia nos ofrece un dato fundamental que nadie hoy puede orillar: la fusión de los gametos humanos produce una realidad viva. Esta realidad viva es biológicamente distinta del útero materno. Su composición cromosomática está constituida por la suma y la combinación de los cromosomas maternos y paternos.
Tal realidad biológica es algo nuevo. No se trata de una mera yuxtaposición o aglomeración de elementos anteriores sino de un nuevo patrimonio genético. Este patrimonio genético es ya específicamente humano. En él están ya funcionalmente presentes los veintitrés pares cronosomáticos de la especie humana.
Esa realidad es también biológicamente individual, ya que el patrimonio concreto genético (el ADN propio) surge en el momento de la fusión de los cromosomas y de las distintas modalidades de la combinación de los genes. Las genes se sitúan en gran número (alrededor de unos 100.000) a lo largo de los cromosomas formando una especie de collar de perlas.
Científicamente todo esto quiere decir que desde la fecundación están presentes las características humanas propias de un nuevo ser humano. La formación y plenitud las logrará a través de un proceso propio.
Cuatro objecciones, sin embargo, al planteamiento científico, que hemos hecho, han sido formuladas por algunos desde la Antropología y desde la Biología, que nos interesa analizar.
La primera objeción desde la Antropología es que la humanización se caracteriza por las relaciones interpersonales y éstas comienzan con el nacimiento.
La respuesta es muy sencilla. La relación interpersonal manifiesta pero no constituye la existencia humana. Pero es evidente, por otro lado, que una cosa es el inicio del ser humano y otra muy distinta el progresivo proceso de humanización. Hay más. Los modernos métodos de observación del feto nos obligan hoy a afirmar la sensibilidad fisiológica y psicológica prenatal del individuo.
Las otras tres objeciones proceden de la Biología.
El inicio del individuo –afirman algunos hay que hacerlo coincidir con la formación del sistema nervioso. El desarrollo del sistema nervioso se produce entre los días 15 y 18 a partir de la fecundación y es él entonces el que comienza a coordinar toda la vida del individuo.
La respuesta –y por cierto desde la misma Biología- es obvia. Esta función la realiza previamente el conjunto de capacidades del embrión. La vitalidad no comienza con el sistema nervioso sino, por lo contrario, este es el resultado de un proceso dinámico que arranca en el mismo momento de la fecundación.
Otros proclaman que la implantación en el útero es el momento fundamental para su desarrollo.
La respuesta es también clara. No es la implantación la que le da la vida al embrión. La implantación es solamente condición para su supervivencia y desarrollo ulterior. Y según esto no tiene justificación proponer la fase de la implantación como comienzo convencional.
La tercera dificultad desde la Biología es, según algunos, la de la imposibilidad de concederle la individualidad el óvulo fecundado. La razón es que en las primeras divisiones en dos o cuatro células es posible la formación de otros tantos embriones biológicos idénticos a cuantas sean las partes en que se separan, como es el caso de los gemelos mono-ovulares.
La respuesta científica es que, no obstante esa posibilidad, en el óvulo fecundado están ya presentes en germen las características individuales y que, por lo tanto, existe ya un individuo puesto que la división, totalmente excepcional, de una parte no compromete la evolución integral del embrión según el programa establecido.
Dada la integridad intrínseca de la vida y su inviolabilidad, la posición firme e inrreductible de la Iglesia a favor de la vida incipiente se basa e identifica plenamente con los planteamientos de la ciencia que acabamos de exponer.
Ya en 1971 la Comisión episcopal francesa para la familia proclamaba:”Desde la fecundación del óvulo se constituye un individuo en una unidad plenamente estructurada. La ciencia no admite barreras cualitativas que establezcan el paso del embrión de una fase no humana a otra humana”. Y la Iglesia Evangélica se expresaba ese mismo año así: “El mandamiento divino del amor vale también para la vida comenzada y confiada al cuidado de los seres humanos. En base a los recientes datos de la ciencia, el comienzo de la vida se instaura con la fecundación, con la fusión de las células germinales. El comienzo del embarazo se identifica hoy científicamente con el momento en que se implanta en el útero el germen vivo. Toda acción que destruya esa ya comenzada es matar una vida que se está haciendo”.
Sin titubeos tenemos que decir que la ciencia biológica afirma hoy que ya en la fecundación de los gametos humanos se está ante una vida en proceso y que la insistencia de la Iglesia en defender la vida desde su fecundación coincide con la genética moderna.
¿Es, sin embargo, esa vida humana una persona?,¿Cuándo lo es?. Desde el punto de vista biológico la respuesta es que con la fecundación se inicia realmente una individualidad biológica, aunque sea susceptible de escisión y de multiplicación y esté sometida a un proceso.
La ciencia biológica no dice ni puede decir más, pero tampoco menos. Y ante la presencia ya de una vida humana individualizada, es algo muy secundario en qué momento se este de su inherente proceso.
Muy de acuerdo con tal planteamiento, la Iglesia (la Congregación de la doctrina de la Fe) advierte que “desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre sino un nuevo ser humano que se desarrolla por su propia cuenta”. Y concluye que es un deber moral respetarla.
Con cierto patetism, comprensible por la presencia dramática de tanto irrespeto a la vida incipiente, la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II sobre la vida (“Evangelium Vitae”) nos amonesta: “Hay quienes quieren justificar el aborto, sosteniendo que el fruto de la concepción al menos hasta un cierto número de dias no puede ser considerada vida humana personal”. No es esto ciertamente lo que afirma hoy la genética moderna. Lo que pregona es que desde que el óvulo es fecundado, un nuevo ser humano empieza a desarrollarse.
Cuando aún la ciencia no había avanzado tanto y no se sabía el momento preciso de la autonomía embrionaria, la Iglesia ante la duda de que esa autonomía no fuese real desde el primer momento de la concepción, exigía el respeto total a la vida desde la concepción de un ser humano por la ley de la probabilidad. Ante la duda que lo que se esconde y mueve detrás de un matorral sea un animal o un ser humano, el cazador no puede disparar a lo que se mueve ante la posibilidad de que lo que se mueve sea un ser humano y cometa un homicidio. Agresión gravísima a una victima inocente. En el caso del feto sería contra una víctima no sólo inocente sino totalmente indefensa que ha hecho presencia por voluntad ajena, lo cual agrava seriamente la agresión.
Se entiende así que el Magisterio de la Iglesia, ante cualquier hipótesis defendiese siempre que el ser humano debía ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción.
A parte de la razón, a la Iglesia le ha movido muy determinantemente el hecho de que la Revelación haya hablado de tal manera del ser humano en el seno de la madre que exija se extienda a él el mandato de “no matarás”. Por eso ha sido la tradición de la Iglesia. Su Magisterio lo ha repetido una y otra vez, ayer y hoy, contra todo interés inconfesable, convicciones contrarias, sutiles falacias y veleidosas reivindicaciones.

Tristemente, la vida humana, don tan excelso, es hoy una realidad sometida a múltiples y gravísimas amenazas: amenazas generales a la vida y amenazas particulares a la vida inicial y a la vida terminal.
Las amenazas generales provienen: de la naturaleza cósmica en la que está inserta y de la que depende: terremotos, lluvias, huracanes, tifones, calentamiento del planeta; amenazas de su propia naturaleza humana: hambre o desnutrición endémica en poblaciones enteras del planeta, malos hábitos de alimentación y vida sedentaria, enfermedades y epidemias, la droga y el alcoholismo; amenazas de los seres humanos que nos rodean: odios, venganzas, conflictos, guerras, terrorismo, genocidios y asesinatos; amenazas de la cultura vigente, una cultura que ha sido llamada “cultura de la muerte”, hoy se mata tranquila e impunemente para robar, para silenciar, para castigar, para ajustar cuentas; amenazas de una sociedad, hija y víctima de esa cultura de la muerte y de una sociedad muy agresiva y violenta.
Junto a estas amenazas generales están las particulares contra la vida inicial en el seno materno y contra la vida terminal.
En la raíz de las amenazas contra la vida incipiente hay que señalar los siguientes fenómenos vigentes: una instintividad sexual sin referencia a la vida a la que está esencialmente vinculada; baja estima de la vida, egoismo que juzga a los hijos como obstáculo del bienestar de los padres, de la familia y de la sociedad; la cultura anticonceptiva; el rechazo de la concepción sorpresiva o no querida; el recurso fácil al aborto; la difusión de falsas ideas sobre la vida; y legislaciones permisivas
En el trasfondo de las amenazas a la vida terminal está una visión negativa y pesimista de la vejez; la reivindicación y difusión mediática de la eutanasia activa y la defensa de la eutanasia pasiva.


En el tema del valor de la vida lo más fascinante es que la vida humana no se restringe exclusivamente a su temporalidad sino que en virtud de la infusión de vida divina en ella, fruto de la muerte y resurrección de Cristo, atesora la capacidad de transformarse en vida eterna y gloriosa, adsorbida en la infinitud de Dios.
Esta realidad tan reconfortante es la que le explaó Jesucristo a Nicodemus. “Si alguno no renace a través del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el Reino de Dios”
La vida eterna y gloriosa es tan esencial a nuestra fe que Pablo a los corintios, que si ella no existía , nuestra fe era vana y nosotros los cristianos éramos los más desgraciados del mundo.
Me siento obligado a decir algo sobre este inefable misterio.
Es entusiasmante que el Cristianismo se arrogue la impensable pretensión de ofrecer al ser humano participar en la vida divina y que esto sea lo más medular suyo.
Tal participación, sin embargo, es sólo incoada en la tierra. Su plenitud se mostrará radiante en el más. Como la mariposa respecto a la crisálida. Se reivindica así y remacha el origen divino del cristianismo y su diferencia de las demás religiones naturales centradas exclusivamente en la adoración, aplacamiento y obtención de favores de la benevolencia divina.
A la luz de esa participación humana en la vida divina, la creación adquiera una grandiosidad insospechada, pues su finalidad no se encierra en si misma sino que se abre a horizontes infinitos, al contar con seres –síntesis y culmen de todo lo creado- capaces de participar en la vida divina, entrando así en una comunión real con Dios, perfección suma y definitiva.
No es esto, sin embargo, una exigencia de nuestra naturaleza sino un don de Dios que nos fue revelado y dado en Cristo y por Cristo. Es el objetivo, gloria y gozo de su vida y obra.
Cuando no se insiste en esto ni se explana, el cristianismo poco a poco se convierte en mero moralismo y queda nuclearmente desvirtuado y desnaturalizado.
Es muy significativo que los primeros pensadores de la Iglesia vuelvan una y otra vez a este tema y lo conviertan en primordial objetivo de sus reflexiones y enseñanzas. Descuellan entre ellos Clemente de Alejandría, Atanasio de Alejandría, Basilio de Cesarea, Gregorio Nacianzeno, Máximo el Confesor y Juan Damasceno.
Aduzco varios pasajes para que se vea su estilo y tono.
Clemente de Alejandría en su obra “Protríptico” escribe. “El Logos de Dios se hizo hombre para que aprendas de él cómo puede el hombre hacerse Dios”
San Atanasio de Alejandría, en su célebre obra “Contra arrianos” explana: “El Logos no forma parte de las cosas creadas sino que es, por lo contrario, su Creador. Así es cómo tomó un cuerpo creado y humano para renovándolo divinizarlo. El hombre no podía ser divinizado si el Hijo no fuese verdadero Dios. El hombre no habría sido divinizado de no haber sido el propio Logos de Dios, verdadero y salido por naturaleza del Padre, quien se hizo carne. La unión se hizo, pues, para que a la naturaleza divina fuese unida la naturaleza humana y la salvación del hombre y su divinización quedasen aseguradas, pues así como el Señor se hizo hombre, igualmente nosotros los hombres somos divinizados por el Logos, siendo asumidos a través de su carne”
Basilio de Cesarea en su “Tratado sobre el Espíritu Santo” se expresa así: “Del conocimiento de la acción del Espíritu Santo procede el conocimiento anticipado de las cosas por venir, la inteligencia de los misterios, la comprensión de las cosas ocultas, la distribución de los dones de la gracia, la ciudadanía del cielo y finalmente la más alto de todo lo deseable: hacernos Dios”.
En su obra “Oratio” San Gregorio de Nacianzo nos amonesta: “Hagámonos Dios por El, ya que El por nuestra salvación se hizo hombre. ¿Cómo no va a ser Dios aquel por el que tú haces Dios?. Se hizo hombre a causa de ti para que tu por El te hagas Dios. El que ahora desprecias (Cristo) existió antaño y estaba por encima de ti, el que ahora es un hombre era entonces increado; lo que él era ha seguido siéndolo, pero lo que no era lo unió a si. Al comienzo El no tenía causa (¿cuál en efecto podría ser la causa Dios?) pero más tarde se hizo hombre para que yo me haga Dios, tanto como él se hizo hombre”.
Por su modo de argumentar, es evidente que tales pensadores de la Iglesia en modo alguno están hablando metafóricamente, al aplicar el concepto de vida divina al ser humano. Hablan de una verdadera participación humana en la vida divina, que al positivismo y racionalismo de su tiempo le resultaba ininteligible. También lo es para los positivistas y racionalistas de hoy, para los que se confiesan increyentes o agnósticos.
Un presupuesto falso de ellos es que el poder de Dios no es capaz de producir en el ser humano lo que las fuerzas naturales no pueden lograr. Lo inadmisible sería que las meras fuerzas naturales por sí mismas fuesen capaces de divinizar vitalmente al ser humano, pero de ninguna manera el que Dios le pueda ofrecer gratuitamente al ser humano la participación en su vida divina.
A los Santos Padres griegos les gustó presentar la participación en la vida divina recurriendo al símil del hierro incandescente. Está por un lado el fuego y por otro el hierro frío. Aplicando el fuego al hierro, este se torna incandescente si dejar de ser el hierro hierro y el fuego fuego.
Subyace también en la actitud positivista y racionalista una concepción cerrada de la creación. Para la fe cristiana la creación no está acabada, no ha llegado a su punto final. Está llamada a una perfección superior y esta no es otra que la culminación de la divinización incoada del ser humano aquí en la tierra gracias a Cristo. Esa culminación es horizonte y esperanza.
El cristiano mira siempre hacia el término o consumación de la creación que es lo único que en definitiva le interesa. El racionalista y positivista, sin embargo, mira el presente y el pasado y se desespera de que el pasado ya no exista y se angustia de que el presente se le esfuma entre los dedos y al mirar al futuro limitado en el tiempo, juzga ese límite como término de la vida y fin de todo y se aterra o lo acepta estoicamente.
El cristiano sabe y no cesa de pensar que la figura de este mundo pasa y por eso no se aferra al estado presente de las cosas y se llena de ilusión y esperanza avizorando un futuro gozoso y glorioso que nunca acabará.
Curiosamente la participación en la vida divina responde no a una exigencia de la naturaleza humana, pero, sí, a una capacidad para ella y a un anhelo profundo del ser humano. Este es capaz por naturaleza de recibir por gracia el don de la participación en la vida divina. Sin embargo, entre el primer don del ser y el segundo de su divinización posible existe una indiscutible correlación.
En virtud de la programación, inscrita en sus genes y en su neurofisismo (sistema nervioso central y encéfalo) y en su espíritu humano (llámesele como se le llame: nefes, elán vital, alma) el ser humano adquiere poco a poco su madurez animal y humana. Con la infusión del Espíritu Santo el ser humano recibe una dimensión vital, divina. Jesucristo para exponer este misteriosa realidad recurrió al simil de la vid: cepa y sarmientos. El era la cepa y nosotros los sarmientos. La savia es la vida divina que El hace llegar a nosotros. Todo esto revelado en Cristo y por Cristo nos permite afirmar que Dios creó al ser humano en orden a su divinización. Aparece así la grandeza y belleza del designio divino respecto a la creación.
Tenemos, por otro lado, que la perpetuación eterna y gloriosa del ser humano responde a uno de sus anhelos más profundos. Una de las expresiones más dramáticas es la insatisfacción continua con todo lo creado y finito. El desasosiego que resulta de no reconocer que esa realidad a la que aspira existe es señal clara de la existencia de ese deseo. Sentir ese deseo y no poder cumplirlo convierte la en náusea que escribió Jean Paul Sastre. Sentirlo y saber que puede cumplirlo llena la vida de luz y de esperanza, de ilusión y de gozo. Desde la seguridad de esa oferta y don divino, el Cristianismo proclama que Dios puso precisamente en el corazón humano ese anhelo porque en su proyecto sobre el ser humano estaba satisfacerlo plenamente.
Coherentemente con todo lo expuesto es aguda la definición del ser humano que en una de sus obras nos dejó San Gregorio Nacianceno: “El ser humano es un animal divinizable”.

miércoles, 4 de marzo de 2009

ACTIVIDADES MARZO 2009

DE : SOR APOLINA PEREZ CESPEDES

COORDINADORA ARQUIDIOCESANA.

ASUNTO : INVITACION A LA ACTIVIDADES DEL

MES DE MARZO.





¡Reciba un cordial Saludo de Paz y Bien!





Después de extenderle un cordial saludo, la presente línea es para invitarle a las diferentes actividades que van hacer impartir por la Pastoral de la Salud.







*13 de Marzo, una conferencia “La Bioética, Valor de la Vida” en el Auditoum de la universidad Santo Domingo, a las 6:00 p.m.



14 de Marzo, una conferencia “La conversión de San Pablo y nuestro camino de Damasco” en el colegio San Francisco de Asís, a las 9:30 a.m.
*21 de Marzo, un retiro Espiritual para todo el personal de la Pastoral, en el colegio Claret, en horario 9:00 a.m.




25 de Marzo, Eucaristía en los diferentes hospitales, para celebrar el día de la vida.


26 de Marzo, Conferencia “