martes, 21 de abril de 2009

Mons. Arnaiz nos habla de San Pablo

PABLO DE TARSO
Por Su Excelencia
Monsenor Francisco Jose Arnaiz
Presidente Comision Nacional Pastoral Salud




La figura de Pablo es tan imponente en el Cristianismo que no han faltado enemigos de la fe cristiana que han defendido que el verdadero fundador de este fenómeno histórico es él y no Jesucristo.
Todo en él es impresionante: su conversión, su trayectoria, su personalidad, su obra y sus escritos.
Cercano al hecho de Cristo, (casi coetáneo de él), por haber nacido unos ocho años después de él y conocedor, por lo tanto de su existencia, vida y enseñanzas aunque no discípulo suyo, (más bien enemigo por sus diatribas frecuentes contra los fariseos a cuyo grupo pertenecía), y surgidas las primeras comunidades cristianas después de la resurrección de Cristo, Pablo de Tarso se constituyó perseguidor implacable de ellas.
El Cristo resucitado, sin embargo, que, con sus apariciones en cuerpo glorioso, devolvió y fortaleció la fe de sus apóstoles, en sus designios inescrutables se le apareció también a él, camino de Damasco y le vino a decir claramente que contaba con él para la expansión de la “buena nueva” , del misterio de la salvación universal que incluía la redención de nuestros pecados, la reconciliación de Dios con la humanidad a través de Cristo y nuestra santificación por la participación en la vida divina por la infusión del Espíritu Santo que nos hacía hijos verdaderos de Dios por adopción y herederos consecuentemente de la vida eterna y gloriosa en Dios y con Dios.
Supuso esto una gran convulsión en su interior. No era él un hombre liviano en sus convicciones, sobre todo religiosas. Fuertemente reflexivo y de temperamento ardiente y apasionado no admitía debilidades en su fe judía ni ataques a ella. Esa fe era para él convicción, pasión e identidad.
Sabía de Jesús de Nazaret. Lo había percibido como uno de tantos buenos profetas que surgían de tiempo en tiempo en Israel y había pensado que con su muerte habría de desaparecer su influjo. No había sido así.
No le había gustado en él el fondo revolucionario de sus planteamientos religiosos, su tono universalista y sobre todo que hubiese repetido insistentemente que él era la resurrección y la vida. No había soportado que hubiese dicho que él era más grande que Abraham y Moisés. Sabía que él había tenido frases muy duras contra los escribas y fariseos y por eso él, Pablo, se había convertido en perseguidor enardecido de sus secuaces.
Le constaba que había sido crucificado como un malhechor y no había creído que hubiese resucitado pero ahora resultaba que el resucitado se le había aparecido a él nada proclive a alucinaciones. Se le había aparecido en cuerpo glorioso y le había hablado claramente.
Ante este hecho irrecusable para él toda su vida y mundo anterior se le vino abajo. El equivocado era él y no aquel Jesús de Nazaret.
Todo ser humano sometido repentinamente a una experiencia de estas características, que exige un cambio radical de vida, piensa mucho y termina fraguando una personalidad muy típica, honda, firme y rica. Es el caso de San Agustín, de Newman, de Ignacio de Loyola y en nuestros días de García Morente y tantos otros. Y fue el caso de Pablo. Lucas nos informa que al aparecérsele el Cristo glorioso y decirle “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, él le preguntó “ ¿quién eres, Señor?, y que el Señor le contestó: “Yo soy Jesús , el mismo a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad. Allí te dirán lo que tienes que hacer”.
Los tres días de total retiro en Damasco, antes que viniese a verle y bautizarle Ananías, fueron, sin duda, a juzgar por sus futuras cartas, de una gran densidad mental, de mucho reflexionar bajo la acción del Espíritu Santo. Su conversión a Cristo no se había producido y se estaba produciendo por una frustración personal de su fe judaica y un progresivo conocimiento y admiración de la fe cristiana sino por una súbita irrupción de Dios en su vida. Esto le obligaba ahora a un proceso serio de comprensión profunda de aquello a lo que era llamado. Ante cualquier realidad el ser humano, (y es más humano cuanto más racional y conscientemente actúe ) procede así.
El itinerario de los sometidos a una experiencia similar es: percibir, reflexionar (razonar, discurrir), juzgar, deducir y valorar. Por su innata curiosidad, no se contentan con su constatación sino que quieren saber su origen, su entraña, sus implicaciones, su funcionalidad, su finalidad, su valor es decir sus múltiples relaciones con la creación y ante todo con el ser humano. Fue lo que San Pablo comenzó a hacer en Damasco y continuó haciéndolo toda la vida respecto a Cristo y la fe cristiana. Y esto es precisamente lo que le constituye figura singular y primer teólogo del Cristianismo.
El teólogo es un individuo que asume como propia la tarea de intentar comprender un misterio divino presente en la revelación o en la tradición de la Iglesia y una vez comprendido conceptualizarlo y , una vez conceptualizado, formularlo y , una vez formulado, trasmitirlo.
Solamente los de indiscutible talento y después de pensarlo y sobrepesarlo mucho son capaces de condensar su pensamiento en breves y lapidarias frases.
Es hechizante en San Pablo encontrar aquí y allá en sus cartas síntesis fascinantes del misterio de Cristo que iluminan profusamente la fe cristiana. Nadie ha definido mejor que él, en la Carta a Tito (3, 4-7) la profundidad del misterio de la salvación.
En sólo un párrafo, descifrador de la salvación, hace él los siguiente planteamientos: 1) La salvación consiste en un bautismo que nos purifica y produce en nosotros una vida nueva ; 2) la fuente de esa nueva vida es el Espíritu Santo dentro de nosotros; 3) Ese Espíritu Santo dentro de nosotros se lo debemos a Cristo; 4) En virtud de esa nueva vida somos “justos”, santos; 5) y poseemos ya, en esperanza, como herencia, la gloria eterna. 6) Y esto se le debemos puramente a la misericordia de Dios sin mérito alguno nuestro; 7) y esto muestra la bondad y amor de Dios a la humanidad.
Dice textualmente San Pablo: “Dios, nuestro Salvador, mostró su bondad y su amor a la humanidad, pues, sin que nosotros lo mereciésemos, por pura misericordia suya, nos salvó por medio de un bautismo que produce nueva vida por medio del Espíritu Santo que Jesucristo nuestro Salvador nos lo infunde generosamente, para que, hechos ya justos (santos, partícipes de vida divina) ahora, tengamos en esperanza, como herencia, la vida eterna”
A propósito de su situación en ese momento, preso en la cárcel mamertina de Roma por el único “delito” de predicar el evangelio de Cristo, Pablo le esboza a Timoteo en su segunda carta (2, 11-13) un breve tratado de ascética cristiana: “Esto es muy cierto: Si morimos con Cristo, también viviremos con El; si sufrimos con valor por El, tendremos parte en su reino; si lo negamos, también El nos negará; si nos somos fieles, El, sin embargo, seguirá siendo fiel porque El no se contradice”.

La vida de San Pablo puede y debe dividirse en dos grandes períodos: ºdesde su nacimiento en Tarso de Cilicia (hacia el año ocho) hasta su conversión en el año treinta y seis y desde su conversión hasta su martirio en el año sesenta y siete en la persecución de Nerón.
Sus años en Tarso lo marcaron fuertemente. La Tarso de hoy no es ni sombra de la Tarso en la que nació y se formó Pablo. Tarso a comienzos del siglo I era la capital de la provincia romana de Cilicia en Asia Menor. Balconada sobre el mediterráneo, cerca de la Isla de Chipre, tenía un bullicioso puerto, de mucho movimiento comercial y gente de muchas razas, navegantes y traficantes que a voces discutían sobre precios y se acaloraban terminando siempre en paz. La atravesaba un río navegable, el Cidno, nacido en las montañas de Tauro a cuya falda había sido construida la ciudad. Poseía Universidad y se gloriaba de su historia. En ella habían permanecido célebres personajes como Cicerón y César. Se enseñaba con orgullo el lugar donde un día se había bañado Alejando Magno y a punto había estado de ahogarse cuando sus huestes acosaban el ejército de Darío, Rey de los persas. En su puerto había atracado un día una espléndida nave con Cleopatra, la Reina de los persas, que navegaba con el fin de conquistar el corazón del triunviro romano Antonio.
Por su situación privilegiada, por sus facilidades comerciales, por el trasiego continuo de naves, por la riqueza que reportaban sus negocios había ido atrayendo gente de muchos pueblos y era en esos momentos una ciudad cosmopolita. Por la cercanía y por su espíritu abierto y emprendedor la colonia judía era amplia y enraizada pero junto a ella las otras colonias eran muchas y dinámicas. Por sus calles sonaban las lenguas más diversas, era muy diferenciado el vestir y se sobreponían culturas muy disímiles. Con todo la cultura predominante era la greco-romana del Imperio. Dicha cultura se reflejaba, sobre todo, en el mundo oficial, en los grandes edificios, en los monumentos, en los juegos del estadio, en los desfiles militares y en las fiestas. No obstante las lenguas y dialectos de los diferentes grupos advenedizos, la lengua de la ciudad era el latín y el griego.
Se cultivaban distintas religiones. En las fiestas de Sadán, dios protector de la ciudad, un cortejo de músicos y danzantes paseaba en lujosa carroza su estatua gigantesca y la quemaban en una hoguera, como signo de la muerte de la vegetación al inicio del invierno en espera de su resurrección en la primavera. La secta de los discípulos de Mitra, dios de Persia, se hacía sentir con sus “taurobolios”. Sus fervientes adeptos se hacían rociar con la sangre del toro inmolado en símbolo de regeneración.
Una antigua tradición exigía que la fiesta de Sardanápalo, fundador de la ciudad, se celebrase en las tiendas con inacabables orgías. En mitad de la ciudad había una descollante estatua al pie de la cual había una inscripción que proclamaba:”Transeúnte, como bien, bebe bien, Lo demás no sirve para nada”.
En este ambiente nació y creció Pablo. Era hijo de una familia judía laboriosa y muy fiel a su religión. Su padre, por las ventajas que reportaba, había obtenido la ciudadanía romana. Los que gozaban de ella podían acceder a un cargo oficial de magistrado o sentar plaza en el municipio y podían, sobre todo, en cualquier pleito con la justicia recurrir a la suprema autoridad del Emperador. En un momento difícil de su vida Pablo recurriría al Emperador romano al grito de “civis romanus sum. Cesarem appello”, “Soy ciudadano romano. Apelo al Cesar”
Evidentemente que esta experiencia vital del mundo pagano en Tarso, el contacto con tantas culturas predominantemente medio-orientales, dominar la lengua griega y latina y ser ciudadano romano para poder moverse libremente en todo el Imperio le habrían de ayudar altamente a Pablo converso en su misión de “apóstol de los gentiles”.
En Tarso la comunidad judía era importante y poseía, como en todos los enclaves judíos de la diáspora, su Sinagoga y aneja a ella una escuela. En ella los niños judíos, a partir de los cinco o seis años aprendían a leer en los libros sagrados. Se familiarizaban con la Historia de su pueblo; se empapaban en el papel privilegiado de la misión religiosa confiada por Dios a Israel; y despertaban en su interior un profundo orgullo de ser judío.
A partir de los diez años el estudio se centraba en la ley con sus
innumerables disposiciones y normas.
Pertenecía el padre de Paulo, como judío, al grupo fariseo y en ella formó hogareñamente a su hijo, lo más seguro con gran severidad y exigencias. Su padre, como buen fariseo, sometió a su hijo al trabajo manual. Los fariseos, aun los de altos ingresos, tenían a honor trabajar manualmente. Rico comerciante en el área de tejidos era un exitoso fabricante de tiendas y muy pronto metió al joven hijo en el negocio. Tarso tenía fama en toda la región de fabricar magníficas lonas, mantas y abrigos de invierno. La población era experta en tejer pelos trenzados de cabra. Las montañas de Tauro con abundantes rebaños ofrecían en abundancia la materia prima. Pablo debió aprender bien el oficio y, ya apóstol itinerante, se sirvió de ese oficio para no ser carga económica de sus fieles de medianos ingresos y se glorió de ello.
Pablo por familia estaba destinado a ser un fariseo integrista, más aún a ser escriba. Estaba destinado y lo fue. Ser escriba dentro del pueblo de Israel era una ambición. El escriba podía ser abogado y magistrado, juez y asesor jurídico, predicador y maestro de la Ley.
Se dijo y quedó escrito en el Mishna que desde que murió el anciano Gamaliel, había desaparecido la gloria de la Ley. Todo lo que se pudiera decir sobre la ley con todas sus implicaciones lo sabía Gamaliel. Su fama había rebasado los límites del territorio de Israel y se extendía por el Imperio Romano a todas las colonias judías de la diáspora. Gamaliel no sólo era un erudito sino también un excelente profesor adorado por sus alumnos. En tiempo de San Pablo regentaba la escuela del Templo de Jerusalén. Asistir a sus clases era un privilegio y un honor. Excepcionalmente impuesto en la ley poseía una enorme capacidad de adaptación y sensatez. Dado, pues, el aprovechamiento del joven Pablo en la escuela de la Sinagoga de Tarso nada de extraño tiene que fuese envíado a Jerusalén para asistir a la escuela de Gamaliel. Tendría Pablo unos diez y seis años.
Dado su talento y tenacidad llegó pronto a ser un fariseo ejemplar, certero en sus juicios y austero en su modo de vivir dispuesto a ir a donde quiera, enseñar en las sinagogas y ganar adeptos para el verdadero Dios de Abrahán y Moisés. Vemos, así, que terminados sus estudios, graduado ya de excelente escriba y comisionado por el Consejo Supremo del Sanedrín de Jerusalén realiza diversas misiones entre los judíos de las comunidades dispersas en el exterior. Esto explica que durante los tres años de la vida pública de Jesucristo no tuviera encuentro alguno con él. En concreto, todo da a entender que se encontrase en el exterior durante el juicio, pasión y muerte de Cristo. En sus expediciones apostólicas de la fe de Israel Pablo se muestra celoso, entregado y enardecido. Se lo exigía su convencimiento y su temperamento
A la vuelta a Jerusalén de uno de esos viajes es cuando se encuentra comunidades de discípulos de Jesús muy vivas y es cuando se entera que un tal Esteban pretende ni más ni menos que suprimir la Ley y prescindir del templo de Jerusalén. Se enardece y asiste el proceso de Esteban y a su ejecución. Se siente llamado por Dios a perseguir a los secuaces de ese falso profeta y con esta intención parte hacia Damasco y es entonces cuando el Cristo resucitado y glorioso se le aparece y le habla. Su condición de antiguo escriba le ayudaría mucho en su nuevo empeño de convertir al cristianismo a sus hermanos de raza, presentes en las principales ciudades mediterráneas y asiáticas del Imperio romano.


A Pablo no se le puede leer aprisa, sin desmenuzar reflexivamente y ponderar lo que dice.
Nadie ha dicho tanto en menos palabras como Pablo sobre la realidad y función del Espíritu Santo en nosotros. En una sucesión de densos párrafos nos presenta los siguientes planteamientos en el capítulo 8 de su carta a los romanos: El Espíritu Santo que es Espíritu de Cristo, está en nosotros. No nos ata ya la ley del pecado y de la muerte porque la ley del Espíritu nos ha librado de ambos. El Espíritu Santo nos ha sido dado en la persona de Cristo. Es el mismo Espíritu Santo de Cristo que lo resucitó de entre los muertos. Es Espíritu de vida. Y él habita en nosotros y nos hace pertenecer ya a Dios. En ese Espíritu y por ese Espíritu somos hijos de Dios y herederos de Dios. Todos los que se dejan guiar por el Espíritu Santo son hijos de Dios. Es Espíritu de fortaleza, que nos permite llamar a Dios Padre. Por ser hijos somos herederos de Dios y coherederos con Cristo. Porque sufrimos con El, seremos glorificados con el. Consecuentemente, la Gloria es nuestro destino. Todos los sufrimiento de este mundo no son en nada comparables con la gloria que se manifestará en nosotros. Toda la creación sufre dolores de parto Nosotros en él poseemos ya la primicias de la gloria. Caminamos en esperanza. El Espíritu Santo ayuda nuestra flaqueza. Nos predestinó, llamó, justificó y nos glorificará. Camino de la Gloria, Dios, su amor está con nosotros. ¿Quién podrá contra nosotros?. Dios Padre nos da graciosamente cuanto necesitamos. Cristo no nos condena sino que intercede por nosotros. El Espíritu Santo –amor de Dios- está con nosotros. Nada podrá apartarnos del Amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
A todos nosotros, cuando enterramos a nuestros seres queridos nos asalta la duda cómo esos restos se transfigurarán en cuerpos gloriosos. Pablo asumió valientemente esa duda y nos ofreció su solución. La tenemos en su primera carta a los Corintios, versículos 35 al 44: “Tal vez alguno pregunte ¿cómo resucitarán los muertos?, ¿Qué clase de cuerpo tendrán?. Vaya una pregunta necia. Cuando se siembra, la semilla tiene que morir para que tome vida la planta. Lo que se siembra no es la planta que ha de brotar sino el simple grano, sea de trigo o de otra cosa. Después Dios le da la forma que quiere y a cada semilla le da el cuerpo que le corresponde. No todos los cuerpos son iguales. Uno es el cuerpo del ser humano, otro el de los animales, otro el de las aves y otro el de los peces. Del mismo modo hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres, y una es la hermosura de los cuerpos celestes y otra la de los cuerpos terrestres. El brillo del sol es diferente del brillo de la luna. Y aun entre las estrellas, el brillo de una es diferente del de la otra. Lo mismo sucede con la resurrección de los muertos. Lo que se entierra es corruptible. Lo que resucita es incorruptible. Lo que se entierra es despreciable. Lo que resucita es glorioso. Lo que entierra es débil. Lo que resucita es fuerte. Lo que se entierra es un cuerpo material; lo que resucita es un cuerpo espiritual”.
Sobre la vida eterna y gloriosa que nos espera y la razón de nuestra esperanza, bálsamo en el dolor por los seres queridos que se nos van, y alivio de nuestros temores, Pablo escribe a los corintios: “ Nosotros somos como una casa terrenal, como una tienda temporal de campaña, pero sabemos que aunque esta tienda se destruirá, Dios nos tiene preparada en el cielo una casa eterna que no ha sido hecha por manos humanas. Por eso suspiramos mientras vivimos en esta casa actual pues quisiéramos mudarnos ya a nuestra casa celestial. Así, aunque seamos despojados de este vestido, no quedaremos desnudos. Mientras vivimos en esta tiendas, suspiramos afligidos, pues no quisiéramos ser despojados sino más bien ser revestidos de tal modo que lo mortal queda absorbido por la nueva vida. Dios es quien nos impulsa a esto, pues nos ha dado el Espíritu Santo como garantía de lo que hemos de recibir” (2 Cor 5, 1-5)
Como integrista que era en su fe judaica, Pablo defendía y vivía que lo que salvaba y santificaba era el cumplimiento fiel de la Ley. De repente descubre que no es la observancia de la ley la que salva sino el amor gratuito de Dios, la “jaris” en griego, la gracia y se convierte en un fanático de la “gracia”. Pablo escribe en griego y usa siempre la palabra “jaris” que los traductores al latín la trasformaron unas veces en •gratia y otras en charitas, ambas de la misma raiz griega “jaris” que vienen a significar lo mismo “gratuidad en el amor” o “amor sin mezcla de interés alguno”, amor gratuito.
Para Pablo “Dios es amor gratuito y Cristo y su obra es manifestación de ese amor”. Esto le llega tan hondo a su alma y le ilumina tan profusamente el misterio de Cristo que no duda en proclamar una y otra vez que su misión es anunciar a judíos y gentiles el evangelio de la gracia, del amor gratuito de Dios. Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles nos informa del discurso que tuvo Pablo a los ancianos de Efeso. Pablo les dijo: “ Para mi, mi propia vida no cuenta, con tal que yo pueda llegar con gozo hasta el fin de mi carrera cumpliendo el encargo que el Señor Jesús me dio de anunciar el evangelio del amor gratuito de Dios” (Hechos 20, 24)
Ahondando en esta clave profunda del misterio de Cristo, nos dice, con su tipico estilo, en la carta a los de Efeso (3, 14-21): “Doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda la familia en el cielo y en la tierra, para que les conceda a Ustedes, según la riqueza de su gloria, ser robustecidos por la acción del Espíritu Santo dentro de ustedes para que Cristo habite por la fe en sus corazones, y para que arraigados y cimentados en el amor gratuito del Espíritu Santo sean ustedes capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura y largura, la altura y profundidad de su vocación y conocer el amor de Cristo que sobrepuja todo conocimiento, a fin de que sean llenos de ese amor hasta la plena abundancia de Dios. Al que es poderoso para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pensar o desear de acuerdo al poder de la Gracia ( del amor gratuito) que ejerce sobre nosotros, a El la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones en los siglos de los siglos, amén” (Ef. 3, 14-21)
De todo esto Pablo deduce que el cristiano, admirado de ser tan amado de Dios, de haber sido perdonado gratuitamente en Jesús y de ser animado por el Espíritu Santo gracias a Cristo, siente deseos de ser como su Padre celestial y de trasmitir a todos la alegría que de El recibe.
Pablo conceptualiza el misterio de la Iglesia con dos imágenes complementarias entre sí. Esas imágenes son “cuerpo” y “esposa”. La Iglesia es un cuerpo que tiene a Cristo por cabeza y de El recibe su influjo vital. Con esa imagen resalta la unidad entre la Iglesia y Cristo. La Iglesia es la esposa de Cristo. Con ello quiere expresar la unión y comunión, la autodonación mutua entre Cristo y la Iglesia.
Pablo proclama:“Cristo es la cabeza de la Iglesia que es su cuerpo”, “Un cuerpo humano, aunque esté formado por muchos miembros es un solo cuerpo… pues bien, ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno de ustedes es un miembro con su función particular” (Col. 1,18; 1 Cor 12, 12 y 27)
Respecto a la imagen de la esposa dice San Pablo en su carta a los efesios:”Esposos, amen a sus esposas como Cristo ama a la Iglesia y dio su vida por ella. Esto lo hizo para santificarla purificándola con el baño del agua acompañado de la palabra para presentársela a si mismo como una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada parecido sino santa y perfecta. De la misma manera deben los esposos amar a sus esposas como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a si mismo. Y nadie odia su propio cuerpo sino que lo alimenta y lo cuida como Cristo hace con la Iglesia porque es su cuerpo y nosotros somos los miembros de ese cuerpo” ( 2 Cor 5, 25-30).


Providencialmente para nosotros, Pablo abordó en profundidad el tema de nuestra resurrección.
Los filósofos griegos defendían que el cuerpo era pura materia, algo opuesto al principio vital del ser humano, el alma. Esta durante la vida estaba aprisionada en el cuerpo y la muerte no era otra cosa que la liberación del alma de esa prisión.
La antropología de Pablo, judío de nacimiento, era muy distinta. Era la judía. El ser humano es “basar”, “nefes” y ruah”: materia animada, espíritu encarnado y soplo o animación divina.
Gracias a la actitud de los Corintios, Pablo expuso claramente en toda su profundidad el tema de nuestra resurrección. Cristo había resucitado y su resurrección implicaba la nuestra. “Cristo era el primero de los renacidos a la vida eterna y gloriosa”. Esto supuesto, el argumento de Pablo es claro: si nosotros no resucitamos, Cristo no resucitó y esta consecuencia era inadmisible.
Esto supuesto es muy lógico que Pablo comience su argumentación reivindicando la resurrección de Cristo. Cristo había resucitado y se había mostrado vivo, aunque transfigurado, a muchos. Había sido la gran experiencia de todos ellos. Algunos, remacha Pablo, viven todavía y podrían ser consultados. Es más a él se le había aparecido también.
Establecido el hecho irrecusable, Pablo arguye: si la resurrección de los cuerpos fuese algo imposible, Cristo, en cuanto a su cuerpo mortal, no habría podido resucitar. Y consecuentemente nuestro mensaje sería falso y nuestra fe carecería de fundamento. Además él y los apóstoles serían unos impostores por proclamar una falsedad.
En este caso los que murieran perecerían para siempre. No vivirían ya, ni habría esperanza de volverlos a ver. Qué decepción tan grande para aquellos paganos que se hicieron cristianos con la esperanza de volver a reunirse con sus seres queridos ya muertos. Por otro lado, si la vida presente no se abre a una esperanza de vida plena, definitiva y gloriosa en el más allá, para qué creer en Cristo. Ser cristiano no comportaba más que dificultades, sufrimientos y persecuciones. Eran ya los tiempos de las crueles persecuciones en todo el Imperio romano contra los cristianos. Seríamos, por tanto, los cristianos, -arguye Pablo- los más desgraciados de los seres humanos. Sería más rentable acogerse al lema de los estoicos: “comamos y bebamos que mañana moriremos”.
Presentada así la situación del cristiano y subrayada la importancia de la resurrección de Cristo respecto a la nuestra, Pablo se subleva y grita : “Pero ¡no!. Como les he dicho, Cristo resucitó. Es un hecho innegable, con testigos que aún viven. Y de la misma manera que la primera espiga anuncia la cosecha, así su resurrección anuncia la nuestra”.
Los cristianos de Corinto se hacían otra pregunta, que se la han hecho también los cristianos de todos los tiempos. Esa pregunta era ¿cómo vamos a resucitar?, ¿con qué cuerpo lo vamos a hacer?, ¿Recobrará el cuerpo su vigor perdido o resucitará con un cuerpo con las heridas de la vida?. Tal cuestionamiento dio pie a una de las páginas más antológicas del cristianismo.
Ante todo, se pregunta ¿por qué el cuerpo resucitado tiene que ser absolutamente idéntico a lo que era en la tierra?. El grano que se siembra no se parece en nada a la espiga de trigo que surgirá o al árbol en que se convertirá. Nuestro cuerpo resucitará glorioso, transfigurado. Sembrado corruptible, resucitará incorruptible; sembrado en la podredumbre, resucitará en la gloria.
El cuerpo de Jesús resucitado era su cuerpo mortal pero transfigurado y glorioso. Eso es lo que sucederá con el nuestro que será el mismo y distinto a la vez.
En un relato evangélico de la resurrección vemos cómo el Apóstol Santo Tomás vio la señal de los clavos y de la lanza en el costado del resucitado. Nosotros también tendremos un cuerpo resucitado relacionado con la historia de nuestras vidas. Guardaremos las señales, las huellas glorificadas de lo que hayamos hecho y de lo que nos hayan hecho. Nada de lo que haya marcado nuestro cuerpo, el trabajo, la valentía, los peligros que hayamos corrido, la abnegación, el sufrimiento perecerá.
Pero, al mismo tiempo, el cuerpo será distinto, como fue el de Jesús resucitado. La prueba es que sus amigos, sus discípulos no lo reconocieron, cuando se encontraron con él a pesar de haber vivido tres años con él. Jesús tuvo que hacer un gesto, decir una palabra para que reconocieran que era ciertamente él (Lc 24, 28-42; Jn 20, 16; 21, 5-9).
Por otro lado ese cuerpo resucitado presentaba unos poderes inauditos, haciéndose repentinamente presente en un lugar a pesar de estar cerradas las puertas y de pronto dejaba de estar allí. Tenemos en esto una pequeña prueba de las posibilidades ilimitadas de que gozarán nuestros cuerpos resucitados.
Mientras el cristiano espera esta gloriosa resurrección, sabe que ya con el bautismo ha quedado revestido de Cristo y que participa de la vida divina. Y también sabe que la morada de su cuerpo está llamada a ser destruida por la muerte. Por eso aspira a que el Espíritu Santo, esa fuente de energía divinizante, transforme su cuerpo.
Al morir, se encontrará al lado del Señor. Dice textualmente San Pablo en su segunda carta: “Deseo dejar el cuerpo (mortal) para estar ya junto al Señor” (2 Cor 5, 6-8). Ni una pizca de duda en ello.
La muerte, pues, no es una caída en la nada ni el término de todo. Lo habían presentido ya algunos filósofos griegos como Sócrates.
Para Pablo la muerte es el encuentro definitivo con el Señor y por eso escribe lleno de gozo:”cuando vuelva el Señor, cuando estos seres mortales que somos nosotros se hayan revestido de inmortalidad, entonces el triunfo será completo. La muerte, ligada al pecado y al mal, que aparecieron en la creación, será vencida. Se realizará la promesa de los libros sagrados”. “ Y Entonces cuando esto corruptible se vista de incorrupción y esto mortal de inmortalidad, se cumplirá lo que está escrito: “la muerte ha sido aniquilada para siempre”. ¡Muerte!, ¿dónde está tu victoria?, ¿dónde está, muerte, tu aguijón?. El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley. Demos gracias a Dios que nos da esta victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor 15. 54-57). Y concluye: “Por consiguiente, queridos hermanos, estén firmes e inconmovibles, trabajando cada vez más por el Señor, sabiendo que sus fatigas como cristianos no son inútiles” (1 Cor 15, 58)
No hace falta ser muy agudo para constatar que las cuestiones planteadas hace XXI siglos a Pablo por los corintios (“¿resucitaremos verdaderamente? ¿Con qué cuerpo?”) siguen siendo de actualidad.
Aunque los cristianos proclamen en la misa del domingo en el credo: “creo en la resurrección de la carne”, no son pocos los que no están plenamente convencidos de ello. Por otra parte los no creyentes defienden continuamente que eso es imposible. Algunos en la palabra resurrección - -sinónima de permanencia en el tiempo- no ven más que un modo de expresar el mero influjo de los que se fueron en la transformación de la vida social y económica, por cierto tiempo en mayor o menor escala.
Como Pablo nos ha expuesto, se trata de una realidad muy distinta. Nuestros cuerpos vivirán más allá de la muerte, idénticos y distintos, glorificados y transfigurados. Está comprometida la palabra de Dios. “Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro” como decimos en la profesión abreviada de nuestra fe. Proclamación altamente reconfortante.






Termino ya con unos versos sobrios y saltarines.


Pedro roca; Pablo espada.
Pedro, la red en las manos
Pablo, tajante palabra

Pedro, llaves; Pablo, andanzas
y un trotar por los caminos
con cansancio en las pisadas

Cristo tras los dos andaba:
a uno lo tumbó en Damasco
y al otro lo hirió con lágrimas.

Roma se vistió de gracia:
crucificada la roca
y la espada muerta a espada.

Muchísimas gracias por haberme escuchado.

jueves, 16 de abril de 2009

INVITACION CONFERENCIA MONS. ARNAIZ

La pastoral de la Salud invita a la exposición de la conferencia:
" Experiencia Pascual de San Pablo" por su Excelencia Monseñor Francisco Jose Arnaiz S,J


Día: 18 de Abril del 2009
Hora: 8:00 a.m.
Lugar: Parroquia Santisima Trinidad